*Mtra. Ruth Holtz
El compromiso ético que requiere ser científico transforma la vida de éste. Para ser leal a la verdad, ser objetivo, es menester tener la decisión de no tergiversar el conocimiento. Renunciar a intereses personales, ser riguroso en la metodología que obliga a ser fiel a los hechos. Además, dejar de lado ser dogmático, sino un humilde buscador de la verdad, abierto al misterio de la existencia.
Lo que identifica a la ciencia como ciencia es, ante todo, según Eduardo Nicol (1982), una actitud frente a las cosas y a la vida que exige una metodología estricta. Esta actitud es vocacional. Tiene que ver con lo que la búsqueda de la verdad con fidelidad absoluta nos exige. En ella rompemos con compromisos ideológicos, con intereses económicos o políticos, con intenciones de manipulación o de justificación de lo vivido. Ello nos obliga a seguir un camino difícil en el que debemos controlar variables que pudieran alterar nuestros resultados, ideas que no se han corroborado tienen que ser eliminadas. En fin, ser científico es seguir una metodología estricta.
El verdadero científico es filósofo, es decir, como eterno buscador de la verdad no pierde de vista lo que ya Sócrates nos advirtió con su famoso lema: “Yo sólo sé que no sé nada”, y por eso sigo buscando. Y por eso cada propuesta podría ser una posible faz de la verdad y hay que examinarla. Pero ante todo, el filósofo no se casa con ninguna teoría. Persiste en su amoroso afán de buscar la verdad y no se instala en ninguna teoría por más convincente que sea. Y eso le permite seguir investigando, estar abierto a la verdad, a los hechos, al fenómeno a conocer.
Ningún ser humano parte de cero para ir a las cosas mismas e investigar qué son. El pre-saber es el ineludible punto de partida de todo científico. Pero a diferencia del ecléctico, del dogmático o del tecnócrata, reconoce este pre-saber y lo revisa continuamente. Y en su búsqueda, las distintas teorías enriquecen su capacidad de observación, de comprensión, de uso de técnicas e instrumentos. Pero no acepta ninguna como “la verdad”, sino que permanece abierto porque sigue buscándola.
Así la experiencia acumulada a través del tiempo lo capacita más como científico en varios sentidos: uno, para afinar su mirada desinteresada de las cosas, de los fenómenos tal cual se le presentan; segundo, para elaborar instrumentos tanto teóricos como técnicos que le permitan dar cuenta de lo que allí se le presenta en los hechos mismos de su observación, evitando al máximo la deformación por intereses, por la distorsión perceptual y por la equivocidad de las palabras al elaborar su propuesta de “lo que él ve allí” (teoría).
Estar más capacitado significa que al estar ejercitándose continuamente en observar los hechos, prescindiendo de intereses y de deformaciones y al examinar distintas teorías, perfecciona su capacidad para discernir lo verdadero e ir eliminando progresivamente su margen de error. Este “modo de ser” que desarrolla el científico o ethos es lo que hace que la ciencia sea ante todo una “vocación humana” que actualiza la capacidad de “hacer uso de razón liberándose de compromisos ajenos a la verdad”, precisamente porque “ciencia es vocación de verdad” (NICOL, 1982).
Lo fundante de la ciencia: seguir una metodología rigurosa para ser fiel a su vocación de verdad. Para poder ir por este camino es necesario tener un desarrollo interno que permita no acomodar las cosas a las necesidades de nuestro interior. Nos confronta con la verdad de las cosas, con el misterio de lo que se nos escapa y no podemos comprender de la realidad. Nos obliga a una actitud desinteresada y libre de prejuicios e intereses personales. Ser humildes, estrictos, fieles y dominar nuestras pasiones capaces de acomodar las cosas a nuestro antojo son los retos de un científico, además de dominar los métodos y las teorías del área de la realidad que intenta conocer.
* Psicoterapeuta.
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