Perseguir el viento
Por Jorge Vega
A veces se nos entume el espíritu de traerlo de arriba para abajo, de prestarlo a cualquiera, de no cuidarlo, de no darle reposo. Se entume, y entonces nada de lo que vemos, escuchamos, sentimos o probamos nos emociona.
Un espíritu entumido, adormilado, no sirve para navegar los ríos de la vida. Y no hay nadie que nos advierta, desde pequeños, que, si seguimos sobrecargándolo, llenándolo de trabajo, de preocupaciones, el espíritu se entume, se desconecta, como esos fusibles que se ponen de color rojo cuando reciben más carga de la que pueden soportar.
Lo ideal para recuperar su flexibilidad, su lozanía, su vigor, sería sentarnos por horas a mirar las tardes, las mañanas, sin un propósito intelectual, sin juicios, como quien abre el grifo y espera que se llene la pila de agua, como las semillas de maíz que esperan la lluvia para germinar, para volverse a llenar de hojas, de vida.
Pero los tiempos que vivimos no lo permiten. Son tiempos de alta productividad, de construir futuros para uno, para la sociedad, para la familia, de perseguir el viento.
En vez de descanso, el mercado nos ofrece comidas, bebidas, drogas energizantes; café, mucho café, para no dormir, y mensajes positivos en las redes sociales para nunca desfallecer, para seguir produciendo y trabajar por esos futuros que, como el horizonte, se alejan siempre que caminamos hacia ellos.
Y seguimos así hasta que el espíritu se rompe, pero eso a pocos les importa. Siempre habrá más gente dispuesta a perseguir el viento.
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