Por Marcial Aviña Iglesias
Estoy en las calles de mi entrañable colonia Magisterial. Por la Mariano Arista aún se conservan las casas del antiguo diseño con que este fraccionamiento inició. Juego con mis cuates de la infancia béisbol. La pelota es un balón playero sin aire y el bate un palo de escoba. Como siempre, Julio Covarrubias zangoloteándose para distraerme mientras le hago al pitcher Valenzuela. De pronto, el piso y quien firma lo que escribe, nos movemos como si fuéramos en los columpios del jardín de San Francisco de Almoloyan. Abro los ojos y débilmente el cerebro conecta con la realidad: estoy en cama el domingo 12 de enero de 2025, en medio de un sismo cuya intensidad es de 6.1; son las 2 con 32 minutos de la madrugada. No me levanto, escucho el crujir de la casa y como simple mamífero Homo sapiens, pienso que el lugar más seguro es ese cuarto, pues no colinda con ninguna planta alta que pueda caerle encima. Cuando me estoy metiendo debajo de la cama -sí, como simple sancho de chiste jocoso-, con el celular en la mano, deja de temblar. Experimento sentimientos de incertidumbre, temor e impotencia, pues las inclemencias de la Madre Naturaleza son muy ojetes.
Lo primero que hago es escribirle a mi persona favorita por WhatsApp: “¡Vaya temblor!”. A los 3 minutos recibo respuesta. Esto me causa una paz, al saber que está bien. Intento llamarle y no entra; es más, ni se escucha que timbre. Es cuando recibo la llamada de mi hermano. Mientras habló con él, reviso uno de los 8 grupos del guats en los que estoy, y el tipo que durante toda la madrugada del 1 de enero estuvo tiznando con las canciones de Peso Pluma y Bad Bunny, se queja de que por culpa de este fenómeno natural se le va a ir el sueño. ¡Ahora sí, cabrón, para que veas lo que se siente!
La más religiosa de mis contactos, nos envía una plegaria a San Felipe de Jesús, mientras otra comenta que ya revisó y ninguna de sus macetas se cayó, y en otros temblores donde los sobrevivientes se han quedado sin muebles, casas, llorando en la calle sin refugio, ¿también se preocuparan por el bienestar de las macetas? Hasta el momento que se publica este artículo ha temblado todo lo que tiembla. Estamos experimentando un cambio climático en la naturaleza, pero también lo que ha cambiado para depreciación de la sociedad es el clima humanitario. Aquí sí se viene un desastre arrollador como no le pongamos coto cuanto antes. La situación pinta color de hormiga, pero no se preocupen, ante tales actitudes La Pachamama, con una de sus sacudidas nos recuerda lo pequeñitos y débiles que somos.
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