Por Maestra Ruth Holtz
Es innegable la enorme influencia que pueden tener nuestras relaciones cercanas, cotidianas y más significativas en nuestra estabilidad emocional. El impacto de nuestras relaciones es innegable, pero no sólo de uno a uno, sino el ambiente que generan en su interacción como en una familia, en el trabajo en grupo, en los amigos que frecuentamos.
Cuando un grupo de personas impone ciertas maneras de interacción, de broma, intentando lograr un proyecto en común, de ataque y crítica o de acogida y comprensión, eso influye en cómo nos sentimos en ese ambiente. Si además realmente somos integrados con un sentido de pertenencia, o luchamos por encajar sin realmente ser acogido.
Los seres humanos somos seres sociales. Crecemos y nos desarrollamos a partir de nuestras relaciones. Vivir en comunidad es fundamental para el desarrollo mental y emocional y lo marca, a veces para siempre como la familia. La forma en la que una familia funciona, lo que tienen en común y el ambiente que crean determina con mucho cómo es cada uno de sus miembros y que cualidades y defectos desarrolla.
Para Wilhelm Reich, fundador de las terapias centradas en el cuerpo, el ambiente social era considerado un freno para una rehabilitación completa de los trastornos neuróticos y psicóticos. Dicho de una manera coloquial, es ayudar a una persona en consulta a valorarse, tener dominio de sí misma y poder interactuar de una manera comprensiva y conciliadora. Pero al regresar a su ambiente familiar donde hay violencia, desvalorización, gritos e insultos, la persona retorna a comportarse en función de su ambiente ya sea actuando como ellos o peleando contra ellos, encerrándose en sí misma o huyendo. Lo ideal no es sólo sanar al individuo sino al grupo o comunidad.
El punto que nos ocupa es cómo el ambiente puede imponerse y acabar avasallando lo que somos, que acabamos actuando “como todos”. Cambiar sin el apoyo de los grupos de pertenencia es difícil.
Wilfred Bion consideraba que las ansiedades y frustraciones que en un comienzo son acogidas por nuestras madres en nuestra más tierna infancia, posteriormente de adultos se vuelve más complejo. Dependiendo de nuestro carácter, nuestra capacidad de contención y nuestra habilidad para pensar podremos o no enfrentar nuestros desafíos emocionales. Pero la gente, como grupo humano, como comunidades o grupos de pertenencia nos permiten manejar estas emociones disruptivas, ansiedades y miedos por medio de los supuestos básicos, formas primitivas de la mente para desviar estos elementos que afectan nuestra estabilidad. Este psicoanalista consideró tres grupos de supuesto básico, es decir, ese que suponen y a partir del cual el grupo es influenciado a actuar siguiendo esa forma de mantener la vida emocional bajo control. El primero es el de dependencia. Es decir, el grupo depende de un líder que protege a los que pertenecen a ese grupo. El segundo es denominado de lucha o huida. En este se trata de que los miembros sean protegidos de un enemigo en común, que generalmente es un miembro del grupo que funciona como “chivo expiatorio” en quien proyectan todo lo malo y así se mantienen bien, pero están en continua lucha por mantenerse a raya de quien les quite esa estabilidad. Y el tercero es denominado de emparejamiento. Es parecido a los grupos religiosos en los que todos se unen con la esperanza de que algo o alguien surja y los salve de su situación. Con esto Bion trata de mostrar que hay un funcionamiento más primitivo de la mente por la pertenencia a un grupo y que en se impone sobre del pensamiento y lucha individual por encontrar sentido y significado profundo, encontrar la verdad de lo que es la vida y lo que hacemos aquí. Los grupos evitan el pensamiento profundo, pero mantienen la estabilidad.
El ambiente influye de manera muy poderosa en la conducta y forma de ser de cada uno. Es importante poder crecer tanto en grupo, hacia un supuesto básico, según Bion, de trabajo, en el que funcione el buscar auténticamente la verdad. Es decir, lo que podríamos decir, una comunidad.
Todo ser humano necesita de una comunidad para entender quién es. Si bien la relación entre sus padres es lo fundamental para comprenderse, el resto de la familia, los amigos, los vecinos son también parte importante. Pero claro, lo ideal es que en estos grupos haya interés de establecer “contacto real” y “unión de corazones”. Actualmente las relaciones impersonales se han vuelto más cotidianos. Aún nuestras relaciones cercanas se han trivializado por el uso de los celulares y demás dispositivos que dificultan el contacto visual y la atención al 100% a la otra persona. Ha veces estamos en el mismo espacio y no estamos en conexión y eso es más abrumador: Juntos en soledad.
El yo no existe sin el tú, como dice Martín Buber, filósofo. Un psicoanalista, Lacan, le agrega algo más: percibimos la imagen de nosotros mismos en “la mirada”, primero de nuestra madre y luego de otros a los que amamos y de quien sea que nos mire y lo miremos. Todos nos devuelven una mirada de nosotros mismos cuando nos miran. El mirar penetrante del amor de una madre dando de comer a su infante está gestando la imagen que tendrá de sí mismo. Los grupos de pertenencia sólo agregan más a esa mirada inicial, la confirman o la hacen trizas, la desligan o la nutren, la sustituyen, hasta donde se pueda cuando es deficiente.
Con unidad de corazones es la definición más clara y concisa de una comunidad. Y allí prospera la imagen de cada uno, allí somos “contenidos”, abrazados, apoyados, protegidos o todo lo contrario. Un grupo en el que ya no hay unión ni mirada ya no es una comunidad y ya no gesta al ser humano sino lo “cosifica”, lo vuelve como un mueble: algo que está allí, pero a nadie le importa, sólo cuando lo usan para lo que sirve.
Los problemas emocionales son en el fondo rupturas de las comunidades humanas, falta de identidad, de contención y de guía. Pues en una comunidad también debe haber quien guía, quien nutre, quien sabe y orientar.
Psicoterapeuta. Teléfonos: 312 330 72 54 / 312 154 19 40 | Correo: biopsico@yahoo.com.mx
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