Por Mtra. Ruth Holtz*
Podríamos suponer que todos estamos pensando todo el tiempo, pero en realidad muchas veces sólo damos vuelta al mismo contenido con los mismos prejuicios, creencias y sentimientos. Pensar puede ser doloroso pues implica aceptar la realidad, aceptar la verdad, las consecuencias, aún en momentos críticos. En estos casos las personas prefieren “desmentalizarse”, sólo se desahogan hablando o callan y su cuerpo habla con síntomas, mientras siguen por hábito su vida diaria.
No estamos hablando de pensar para resolver una cuestión académica o de manejo de información, sino de pensar emocionalmente acerca de lo que nos pasa, de lo que sentimos, de la manera en que reaccionamos y cómo podemos formar un carácter más acorde a lo que queremos ser y vivir. Más bien casi todo el tiempo tenemos pensamientos que repetimos, que no hemos digerido ni asimilado. Que incluso hemos heredado como un paquete de creencias sin cuestionar. Todo va bien si la vida es estable y amable con nosotros. Pero cuando hay una crisis, cuando entramos en conflictos, cuando se perciben deficiencias o hay desorden emocional pensar para estar bien, dar solución a lo que nos afrenta y encontrar la manera de darnos sostén, consuelo y aprender de la experiencia para tomar decisiones sabias, eso no solemos hacerlo como un hábito. Cuesta trabajo porque implica no sólo ser honestos, sino poder contener la ansiedad, la tristeza, el enojo y poder metabolizar lo que nos pasa, aceptar la verdad de las cosas, las consecuencias y actuar.
Wilfred Bion un psicoanalista post-kleniano elaboró una teoría sobre el funcionamiento de la mente para poder metabolizar las experiencias que vivimos, y que nos despiertan reacciones emocionales que pueden desbordarnos. De hecho cuando eso pasa, si no podemos pensar solemos buscar que otros nos comprendan, es decir, nos ayuden a pensar qué nos pasa. Bion propone como modelo teórico para explicar el proceso del pensar en la relación del bebé con su madre. Cuando el bebé vive experiencias desconocidas y dolorosas como el hambre y la forma en que se da la satisfacción, llora y la madre “lo contiene”, lo abraza, recibe sus reacciones emocionales y le devuelve una solución: le da de comer, le habla, lo toca, lo cambia. Así le devuelve un definido modo de tratar y nombrar ese algo que era un aglomerado de sensaciones, calmando su intensidad y dando un significado envuelto en una conexión cálida, comprensiva y consoladora.
Todavía de adultos requerimos quien nos ayude a metabolizar, a digerir, a contener nuestras ansiedades y ayudarnos a pensar, en lugar de que sólo vomitemos todo lo que sentimos, hable y hable con nuestros allegados o que lo aventemos a nuestro cuerpo, que entonces lo somatiza. O simplemente elaboramos un carácter rígido que encierra todo lo que no se ha podido comprender, como una armadura para contenerlo y evitar que lastime a alguien o a nosotros mismos. Músculos tensos por la ira que no hemos podido desahogar, o por la tristeza de la situación de vida que no hemos sabido cómo resolver. Somatizando en nuestro cuerpo enfermamos de coraje o de tristeza, creando estrés y si llegamos a explotar es sólo como un vómito. El chiste sería poder asimilarlo, lo cual seguramente será doloroso, nos quitará la sensación de “tener el control”, que era falso. Entonces estaremos en la posición de nombrarlo, encontrar maneras de atender la demanda interior y exterior, “pensando”. Este proceso se lleva a cabo en la psicoterapia. El psicoterapeuta presta su mente, su corazón y sus entrañas para pensar y sentir nuestros contenidos, los recibe, como un recipiente, al que llama Bion, “continente”, y así se procesa con el diálogo, el consuelo y la decisión de ver cómo son las cosas sin autoengaños ni proyecciones lo que es la verdad, la realidad de nuestra situación de vida.
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