El microbioma bacteriano, esos inquilinos que nos hacen ser nosotros
Por Doctor José Luis Rodríguez Mejía*
Las interacciones entre los organismos simbiontes microbianos (aquellos que necesitan a otros para desarrollarse) y nosotros sus hospederos, han sido consideradas líneas de investigación novedosas para comprender las relaciones y la comunicación que se ha desarrollado entre éstos, así como, la forma en la que influencian su espacio y el estado de salud del hospedante. Las perspectivas de estudio en esta área van desde el secuenciamiento genómico hasta el metagenómico (uso de herramientas independientes de cultivo) utilizadas, para la estimación de la abundancia y diversidad microbiana en un esfuerzo para su entendimiento de esta como población, así, se ha comprobado que los microorganismos bacterianos son los más abundantes de entre otros cientos de miles más de microorganismos no bacterianos que participan interaccionando como un solo gran organismo. El aislado de microorganismos bacterianos únicos o en grupo a través de técnicas de cultivo microbiológico ha permitido enriquecer las descripciones de sus actividades, la manera en la que producen sus metabolitos, así como su microbiología.
Hoy en día se cuenta con más información sobre quiénes son algunos de los partícipes bacterianos involucrados en el establecimiento, manutención y desarrollo de estados de salud de sus hospedantes tales como: depresión, ansiedad, síndrome de intestino irritable, diabetes mellitus tipo 2, obesidad, hígado graso no alcohólico, envejecimiento, estado cognitivo, efecto anti edad, así como en el entrenamiento del sistema inmunológico en distintos y específicos niveles. Al parecer, los simbiontes bacterianos desempeñan un papel protagónico al orquestar sutilmente el estado de salud del hospedero y en aras de contar con una bioherramienta que garantice un estado de salud equilibrado han surgido conceptos que engloban el uso de microorganismos “benéficos”.
Conocidos como probióticos y en su mayoría bacterias, han sido categorizados en distintos niveles de acuerdo con su efecto en cuanto a la presión de selección que ejercen contra otras comunidades de microorganismos y o el grado de estabilidad que establecen una vez que se encuentran en relación con la demás población simbionte, es decir, estableciendo una buena comunicación entre los demás miembros del vecindario. La modulación de esta comunicación es tan intrincada, que la falla en esta desencadena reacciones que en específicas ocasiones modulan diferentes fenotipos anímica y físicamente en cada uno de nosotros.
En los últimos siete años se ha esclarecido con mucha confianza que la diversidad de microorganismos benéficos, es decir, a aquellos que conllevan a muestras claras de estados “saludables” se ven afectados directamente con la dieta y la actividad física efectuada a lo largo de nuestras jornadas diarias. Recordemos que el nuevo equipo presidencial de los Estados Unidos de Norteamérica se ha agendado cambiar el paradigma alimentario de ese país, derivado de la gran demanda médica en el tratamiento de comorbilidades relacionadas con los malos hábitos alimenticios.
El acceso a comidas rápidas ha sido una contrapuesta en la cultura alimentaria mundial cambiando el insumo de alimentos autóctonos desplazándolos por materias primas industrializadas que poco valor agregado confieren, diluyendo así su consumo. La diversidad de los alimentos y su calidad ha cambiado significativamente e impactado a todas las generaciones post segunda guerra mundial, pero es apenas hace una generación que se han replanteado cuáles deberían ser los ejes en los cuales dirigir la obtención de un estado saludable vía la alimentación.
Resumidamente, para cada categoría de alimentos existente hay una relación estrecha con la microbiota (antes conocida como flora intestinal) que se favorece si estos se consumieran con regularidad; por ejemplo: algunos azúcares están disponibles solo a través de la digestión de fibras complejas siendo algunos de los nutracéuticos (productos relacionados entre la nutrición y la farmacia, como los suplementos) biodisponibles de este proceso, las proteínas animales y sus grasas, que al digerirse, impactan en la obtención de energía y vitaminas.
Así también, entre más variada es la dieta consumida, se observan mejoras en la diversidad de microorganismos, quienes colateralmente nos benefician al promover y regular la homeostasis metabólica (proceso que permite la regulación de nutrientes, producción de energía y eliminación de desechos tóxicos en el cuerpo) in vivo.
Aunque la dieta parece cubrir lo necesario para contar con salud, el sedentarismo ha sido un cambio disyuntivo para la última generación poblacional ya que esta ha sido una variable en la que se ha observado un aumento de comorbilidades relacionadas con la cero actividad física; aunque se cuente con probióticos, sus cualidades podrían no ejercer sus cambios benéficos, por el contrario, estarían conllevando a cambios negativos.
Algunos neurotransmisores esenciales para mantener buenos estados de ánimo están relacionados con ciertas poblaciones bacterianas, quienes dependen de la dieta y de sus componentes disponibles. Si no contamos con actividad física, las respuestas neuronales necesarias para procesar las respuestas adecuadas no podrían coadyuvarse con los neurotransmisores, conllevando al deterioro del sistema o sistemas involucrados. Recopilando la importancia de la comunicación del microbioma y el hospedante, tendremos que integrar una buena dieta con una buena rutina de actividad física, tal vez, y pensando un poco como en la utopía de Aldous Huxley, de esta manera lleguemos a tener una humanidad saludable en un Mundo feliz.
*Posdoctorante en el Centro Universitario de Investigaciones Biomédicas de la Universidad de Colima, adscrito al proyecto CF-2019/21854.
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