Silencio
Por Jorge Vega
Me gustan los escenarios al aire libre antes de que los utilicen los políticos, cuando los trabajadores recién terminan de acomodar las sillas en líneas perfectas y el nombre del evento luce impoluto y brillante.
Todo está callado entonces. Aún no llegan los del sonido, los de logística ni los guaruras. El aire se pasea libre entre los pasillos y el sol se detiene un poco en los respaldos, en los pendones que cuelgan anunciando bienaventuranzas.
Es algo parecido a lo que se siente cuando uno termina de limpiar la casa, de trapear los pisos y acomodar la ropa. O cuando uno poda el pasto del patio y limpia la basura acumulada durante meses. Hay quietud, hay silencio.
Es como el instante previo a quedar borracho, como los primeros días en una escuela nueva, cuando todo es una posibilidad. Después llega la gente a desbaratar las filas, a tirar basura, a llenar de ruido y celulares el lugar.
El instante de luz desaparece opacado por la gente que acude a escuchar las ocurrencias del candidato o a recibir una beca, una limosna para no desesperarse y seguir aguantando las crisis sucesivas que hemos vivido en México desde siempre.
Pasa igual en la casa, una vez limpia, cuando llega alguien con los zapatos llenos de lodo o el perro se sacude el pelaje para quitarse al agua de la lluvia y la tierra. Así con las y los oradores, que hablan de ellos, de ellas, y sus palabras lodosas caen entre los pasillos, encima de las sillas, manchando los letreros, las bocinas, la ropa, la cara de la gente que fue a verlos, a pedirles algo.
El aire y el sol se asoman de nuevo cuando la gente se marcha dejando tras ella el desastre, envolturas de chicle, servilletas, hojas de papel, envases de plástico vacíos. Cuando todo regresa al silencio.
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