El susurro de los que resisten
Fingidor de Ricardo Yañez
Por Jorge Vargas
Hace unos días me alejé del mar. Viajé hacia el centro del país, a la ciudad donde todo parece comenzar y desvanecerse al mismo tiempo. No es fácil salir de la costa; uno se acostumbra al horizonte plano, a la sal que se adhiere al pensamiento, al rumor constante del oleaje que no pide permiso. Pero hay viajes que son necesarios, como ciertos silencios, como ciertas visitas.
Entre las razones que me llevaron a la Ciudad de México, una brillaba con la quietud serena de los actos verdaderos; visitar al maestro Ricardo Yáñez. La tarde era gris, con esa llovizna que no empapa, pero transforma el aire. Caminamos sin apuro, tomamos café. Conversamos sin urgencia. Luego fuimos a comer, y en medio de ese gesto íntimo y cotidiano, el maestro me regaló un libro. Lo hizo sin ceremonia. Como quien entrega algo que simplemente debe pasar a otras manos. Era su libro: Fingidor. Publicado por Taller Editorial La Casa del Mago, misma que tiene a bien dirigir, Hermenegildo Olguín. El libro no busca ocupar vitrinas ni llama a los reflectores. Es de esos libros que prefieren el murmullo al grito, la compañía al espectáculo.
Para quien ha seguido la obra de Ricardo Yáñez, ese poeta que ha escrito con la ligereza del agua y el peso de las piedras, este libro representa algo distinto. No es una cumbre ni una síntesis. Fingidor es un descenso. Una manera de decir: hasta aquí he llegado, pero no me voy. Ricardo Yáñez ha sido sonetista, conversador generoso y, sobre todo, un poeta del lenguaje claro y del alma compleja.
Los textos, breves y punzantes, fragmentados como pensamiento en desvelo, no fingen fortaleza. No buscan redención ni epifanía. No hacen alarde de profundidad, pero caen hondo. Se sienten escritos no desde la desesperación, sino desde una especie de calma cansada. No hay pose, no hay mascara. Si Pessoa escribió que el poeta finge tan completamente hasta que finge que es dolor el dolor que en verdad siente, Ricardo Yáñez responde desde otro sitio; aquí no hay fingimiento. El dolor no se actúa. Se dice. En estos textos, hay humor, hay duda, hay ternura por uno mismo y cierto reproche que no llega nunca a la crueldad. Son páginas que se leen como si uno estuviera junto a alguien que ya no busca convencer, solo compartir. No es el drama lo que conmueve, sino la franqueza pulida con lenguaje. La voz de quien, aun sabiendo que algunas cosas no tienen nombre, igual las escribe.
Fingidor no será un libro para todos. Y está bien. Pero quien lo lea con el oído limpio y la nostalgia en reposo, sabrá que en sus páginas hay algo que resiste; la voz rota de un poeta que no deja de hablarle al Mundo, aunque sea en voz baja. Y eso, en estos tiempos, es casi un milagro.
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