El Periodismo viene con mala levadura
Por César Barrera Vázquez
(Segunda parte)
Decíamos que el rasgo distintivo del Periodismo no es simplemente comunicar, sino comunicar lo noticioso. Pero, ¿qué es lo noticioso? ¿Qué convierte a un hecho ordinario en noticia?
La noticia es, antes que nada, una construcción. No nace de forma espontánea; no brota sola de la realidad. Es el resultado de una operación humana que implica seleccionar, jerarquizar, dotar de contexto y sentido aquello que se considera relevante para el interés público. Por eso, la definición clásica -la noticia es aquello que alguien no quiere que se sepa- si bien mordaz, resulta incompleta.
Lo noticioso, entonces, depende de dos factores esenciales: el acontecimiento y la mirada. El hecho puede ser el mismo -una protesta, una licitación pública, un asesinato-, pero su relevancia noticiosa varía según el encuadre, el contexto social, el interés colectivo y, por supuesto, la línea editorial del medio que lo publica. Pero, sobre todo, y parte muy importante, el significado del que le dotamos.
Desde esta perspectiva, la noticia tiene un valor intrínseco, pero también uno simbólico. El primero se relaciona con su impacto, su novedad, su relevancia. El segundo, con la forma en que se interpreta, se transmite y se posiciona en la agenda pública. Es decir: no todo lo que sucede es noticia; solo lo que los medios y las audiencias -a veces de manera conjunta, a veces en tensión- acuerdan que merece serlo.
Volvemos entonces a la levadura: si la materia prima del Periodismo es la realidad, su fermento son los intereses que actúan sobre esa realidad. Y ahí es donde el oficio tambalea. Porque entre la necesidad de informar y la presión de vender -de obtener clics, de generar tráfico, de complacer al poder-, la verdad muchas veces se diluye, se desfigura o se convierte en espectáculo.
Es aquí donde el Periodismo debe mirarse a sí mismo con crudeza. No basta con autoproclamarse “el cuarto poder” o abanderar causas nobles. Hay que preguntarse: ¿a quién servimos cuando decidimos qué se vuelve noticia y qué no? ¿Desde qué lugar se narra el Mundo? ¿Para quién se escribe? ¿A quién se omite?
Las respuestas no son fáciles, pero la reflexión es indispensable, sobre todo en un contexto donde el descrédito hacia los medios crece, y donde la polarización ha convertido al periodismo en campo de batalla.
El aula enseña los principios; la calle, las contradicciones. Pero en ambas se aprende que el Periodismo es un ejercicio permanente de tensión ética, un campo donde la veracidad, la responsabilidad y la conciencia social deberían prevalecer por encima del rating o de la línea dictada desde arriba.
Tal vez por eso el Periodismo viene con mala levadura: porque nace entre la vocación y la sobrevivencia. Porque está obligado a decir la verdad en un mundo que vive -y muchas veces se lucra- de la mentira. Y, sin embargo, persiste. A veces herido, otras veces desencantado. Pero aún vivo.
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