85 Aniversario de la Universidad de Colima
Por Juan Carlos Recinos
La universidad ha sido, a lo largo de la historia, una de las instituciones más poderosas para transformar la realidad de los pueblos. No se trata únicamente de un lugar donde se transmiten saberes técnicos o científicos, sino de un espacio donde se generan significados, se fortalecen valores y se tejen horizontes colectivos. En sus aulas y pasillos se forma no solo al profesionista que participa en la economía, sino también al ciudadano que se enfrenta a los dilemas éticos, sociales y culturales de su tiempo. En este 85 aniversario, la Universidad de Colima tiene la oportunidad de renovar y reafirmar esa misión histórica con la mirada puesta en el porvenir.
La época actual impone retos sin precedentes: la aceleración tecnológica, la digitalización de la vida, la precariedad laboral, la crisis ambiental y la transformación de las identidades culturales. Estos desafíos exigen que la universidad no se limite a replicar modelos estandarizados de formación, como aquellos inspirados en el Plan de Bolonia, que, si bien aportan a la movilidad y la internacionalización, corren el riesgo de reducir al estudiante a un simple activo dentro de la maquinaria productiva global. La Universidad de Colima debe apropiarse críticamente de estas tendencias y, en lugar de reproducirlas de manera mecánica, integrarlas a su propia tradición educativa para fortalecer una formación que combine rigor profesional con sentido humanista.
La profesionalización sigue siendo indispensable: es imposible concebir una universidad que no prepare a sus estudiantes para los retos del trabajo especializado y la competencia global. Pero profesionalizar no debe ser sinónimo de uniformar ni de convertir la educación en un catálogo de competencias útiles a corto plazo. La misión universitaria implica ir más allá: cultivar la capacidad crítica, la creatividad, el compromiso social y la apertura cultural. El estudiante no es únicamente una fuerza laboral en potencia; es un sujeto histórico, un creador de significados, un agente capaz de transformar las condiciones de su entorno.
Por ello, el 85 aniversario de la Universidad de Colima no puede ser una conmemoración vacía, sino una ocasión para reafirmar que su misión consiste en articular conocimiento técnico y sensibilidad ética, innovación científica y conciencia social, apertura global y arraigo local. El futuro de la universidad no se juega en la imitación de modelos externos, sino en su capacidad de responder a las necesidades concretas de la sociedad colimense y mexicana, sin dejar de participar activamente en el escenario internacional.
La misión, en este siglo XXI, debe estar guiada por un principio claro: la educación no es un servicio, sino un derecho; no es un gasto, sino una inversión cultural; no es una adaptación pasiva al cambio, sino una fuerza que lo orienta. La Universidad de Colima, con su trayectoria de 85 años, tiene la responsabilidad de seguir formando profesionales competentes, pero también ciudadanos comprometidos, capaces de pensar críticamente, de actuar con solidaridad y de imaginar futuros posibles más justos y humanos.
Celebrar este aniversario es reconocer la grandeza de lo construido, pero también asumir la exigencia de lo que falta. La universidad está llamada a ser un faro en medio de la incertidumbre: no un espacio que simplemente se adapta a la globalización, sino una institución que humaniza la técnica, que democratiza el conocimiento y que inspira a sus estudiantes a ser protagonistas del futuro. Solo así, la Universidad de Colima podrá cumplir plenamente su misión: ser un lugar donde el conocimiento se convierte en libertad y donde la educación se transforma en un acto de esperanza.
El 85 aniversario no es solo memoria, también es promesa. Ochenta y cinco años representan una historia rica en esfuerzos colectivos, pero también una invitación a imaginar la universidad que aún no existe. La Universidad de Colima, en este punto de su trayectoria, tiene la responsabilidad de ser más que un espacio de transmisión de saberes: debe convertirse en un ecosistema de innovación cultural, científica y social, donde se integren la tradición y la vanguardia.
La irrupción de la inteligencia artificial, la expansión de las tecnologías digitales y los cambios en los modos de producción y comunicación configuran un escenario inédito. Frente a él, la universidad no puede limitarse a reaccionar; está llamada a anticipar y a liderar. No se trata únicamente de preparar a los estudiantes para insertarse en un mundo cambiante, sino de dotarlos de la capacidad de incidir en ese cambio, de transformarlo con creatividad y responsabilidad ética. La profesionalización, por lo tanto, debe entenderse como un proceso integral: formar especialistas con competencias sólidas, pero también sujetos capaces de interpretar su realidad, cuestionarla y reconstruirla desde perspectivas humanistas y solidarias.
La misión universitaria en esta nueva etapa consiste en articular 3 dimensiones: el conocimiento técnico, la conciencia crítica y el compromiso social. Solo al unir estas fuerzas se podrá enfrentar el riesgo de convertir la educación en un proceso meramente instrumental, al servicio de los mercados y las lógicas utilitaristas. La Universidad de Colima debe ser un contrapeso, un lugar donde el aprendizaje no se mida solo por la productividad inmediata, sino también por su capacidad de enriquecer la vida humana y de dar sentido a la convivencia comunitaria.
Al mirar hacia el futuro, resulta indispensable que la universidad se piense como una comunidad viva. No basta con aulas y programas académicos: se requieren espacios de encuentro, diálogo y construcción colectiva de conocimiento. La universidad debe ser, en cada estudiante y en cada profesor, la conciencia crítica de la sociedad, la memoria de lo que se ha logrado y la incubadora de lo que aún está por venir. Celebrar su aniversario implica reconocer que la misión universitaria nunca se agota; es siempre un horizonte en movimiento, un proyecto en constante construcción.
Pensar la universidad del futuro exige una valentía distinta: la de reconocer que el conocimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio para humanizar la existencia. Si la técnica se expande sin medida, si la inteligencia artificial multiplica sus posibilidades, si los sistemas económicos globales empujan a los sujetos hacia la productividad incesante, ¿qué papel queda para la universidad? El único posible: recordar que detrás de cada algoritmo, de cada descubrimiento científico y de cada avance tecnológico, hay un ser humano frágil, sensible y necesitado de sentido.
El porvenir de la Universidad de Colima, en camino a su centenario, debe ser un proyecto que no olvide lo más simple y, a la vez, lo más radical: la educación como acto de dignidad humana. No se trata solo de preparar a los estudiantes para profesiones que quizás ni siquiera existirán en 15 años, sino de dotarlos de la capacidad de habitar el Mundo con lucidez, ternura y justicia. La misión universitaria no puede medirse únicamente en títulos otorgados o competencias adquiridas, sino en la manera en que sus egresados construyen comunidad, cuidan de la tierra y se reconocen en los otros.
La fuerza humanista consiste en afirmar que la universidad no educa para la competencia, sino para la convivencia. No forma para ganar, sino para compartir. No enseña a conquistar, sino a comprender. El reto, en este siglo, será que cada profesional sea también un guardián de la vida, un artesano de la paz, un creador de horizontes colectivos. Sin este sentido ético, se vuelve estéril; la ciencia, sin este fondo humano, se convierte en un poder ciego. La Universidad de Colima está llamada a sostener ese equilibrio: ser faro de innovación, pero también refugio de humanidad.
En este 85 aniversario, pensar en los próximos 15 años es pensar en una universidad que no ceda ante el vértigo de la inmediatez. Una universidad que apueste por la lentitud del pensamiento crítico en medio de la prisa tecnológica, que siembre preguntas más que respuestas, que enseñe a vivir con la complejidad en lugar de ofrecer soluciones fáciles. Ese será su aporte más radical: formar personas capaces de abrazar la incertidumbre y de transformarla en posibilidad.
La misión, al final, no es producir profesionales para un sistema que cambia constantemente, sino formar seres humanos capaces de cambiar el sistema mismo. La Universidad de Colima, si mantiene este horizonte, celebrará su centenario no solo como una institución académica consolidada, sino como un corazón cultural que late con fuerza en el mundo. La universidad no es un edificio ni un plan de estudios. Es una llama encendida en la memoria colectiva, un faro que guía cuando el horizonte parece incierto. En estos 85 años, la Universidad de Colima ha demostrado que no basta con formar profesionistas: es necesario formar conciencias despiertas, espíritus libres, corazones capaces de reconocer la dignidad en cada ser humano.
El futuro exige más que conocimiento: demanda imaginación, ternura, valentía. La universidad que se aproxima a su centenario no debe resignarse a repetir moldes, sino abrir caminos donde nadie ha transitado. Su misión es enseñar a los estudiantes no solo a trabajar, sino a vivir con hondura; no solo a resolver problemas, sino a imaginar mundos; no solo a adaptarse, sino a transformar.
Desde Colima hacia el Mundo, nuestra universidad debe proclamar que el conocimiento no es mercancía, sino bien común; que la educación no es privilegio, sino derecho; que aprender no es acumular datos, sino descubrir un sentido. Y ese sentido, hoy más que nunca, es humano. Por eso, este aniversario no es clausura, es renacimiento. La Universidad de Colima entra en una etapa donde lo decisivo no será cuántas competencias enseñe, sino cuánta esperanza siembre; no cuántos títulos otorgue, sino cuántas vidas inspire.
Su misión es recordar que la verdadera grandeza de una universidad no se mide en rankings, sino en su capacidad de cuidar la vida, de abrazar la diversidad, de soñar con justicia. Hacia el centenario, la Universidad de Colima debe ser más que institución: debe ser comunidad, memoria, horizonte. Una universidad que no solo prepara para el futuro, sino que lo crea. Una universidad que enseña que la ciencia y la tecnología son poderosas, pero que la humanidad es más poderosa aún.
Que este aniversario sea entonces un acto de fe en el conocimiento y en la vida. Porque mientras exista nuestra universidad que forme seres humanos íntegros y libres, habrá siempre esperanza. Y la Universidad de Colima está llamada a ser esa esperanza: un corazón que late en el presente y un faro que ilumina el porvenir.
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