Vie. Dic 5th, 2025

COLUMNA: Cotidianas

Por Redacción Sep24,2025

Onírico

Por Jorge Vega

Si Ricardo fuera escritor sería poeta; poeta de paisajes, poeta místico, zen. Poeta porque utiliza las palabras, la caligrafía y los ritmos del lenguaje para plasmar un edificio, un árbol o una silla, y por su gusto para captar momentos únicos. Ejemplo: la luz del sol por la tarde, el trigo moviéndose de cierta forma con el viento, el mar que se extiende sobre la mesa.

Delgado, de apariencia frágil, quebradiza, Ricardo Rocha tiene un espíritu creador infatigable. Es un artista vigoroso que dibuja, que pinta por el mero placer de crear. Sus cuadros son limpios, impecables, de trazos firmes y seguros. Hay paz en ellos, quietud, como si el tiempo se hubiera detenido y el viento dejara de soplar.

Define sus cuadros, sobre todo los últimos que ha pintado, como una “arqueología personal” porque aborda en ellos el tema de sus padres y de los objetos cotidianos que han convivido con él durante sus horas más gratas. Ha trabajado distintas versiones de una fotografía que alguien les tomó a sus padres antes de casarse, en 1934, en el muelle de Veracruz. También registra sillas y mesas, objetos “muy cercanos a mi corazón”, alrededor de los cuales trabaja, come y convive con los amigos.

Más que arqueología, su obra reciente es síntesis de la vida misma; la concentración -en papel o lienzo-, de un instante que es una imagen, pero también lo es todo. La silla no es sólo una silla y sus paisajes no retratan nada más el mar que extiende sus aguas hasta tocar las paredes de un cuarto, el cielo o los árboles, sino que reflejan el estado de su alma, reflejo que es muy suyo, pero también de todos. Universal.

Buena parte de su vida la pasó en el Distrito Federal y en Jocotitlán, un pueblo del Estado de México, en la alta montaña, donde comenzó a pintar sus paisajes y ventanas. Hace poco decidió vivir en Comala por motivos de salud, y todavía no aparece Colima en su obra. “Estoy un poco espantado con el trópico. Jocotitlán está situado en las faldas de un volcán apagado, a tres mil metros de altura. La diferencia con Comala es grandísima, pero estoy disfrutando mucho vivir aquí, aunque aún no me meto del todo en la selva”.

Para Ricardo Rocha -homónimo de un gran comunicador-, “el oficio artístico es un regalo de los dioses que nos permite acercarnos a la belleza, a la poesía”. Tener pasión por lo que se hace, agrega, “es respetar la intuición”. En su trabajo hay mucho de él, no su historia personal, sino sus comprensiones religiosas, su placer por la belleza, su pasión por el arte, por la vida. “Todo hay que hacerlo al límite”.

Opina, contrario al espíritu de la época, que el arte no tiene nada que ver con el éxito, esa forma en que la sociedad moderna suele medir la calidad de un artista. Lo único valioso para él, lo único que importa y que es lo que finalmente queda, “son los momentos en que estuve pintando”. Momentos de gozo, de comprensión, de trabajo, vivos.

También queda su obra, espejo inagotable en que se refleja el que mira, como cantó en su momento el buen Víctor Manuel Cárdenas…

El jueves 11 de septiembre de este 2025, la Pinacoteca Universitaria inauguró la exposición “Onírico”, una muestra que va desde sus inicios académicos hasta sus paisajes de atmósferas surrealistas donde rinde homenaje a su pareja, Guadalupe Sobarzo y a sus padres.

Vale la pena conocer su obra, recordarlo, entrar en contacto con el espíritu que vive en sus cuadros. Lo entrevisté hace años, cuando aún vivía en Comala, con su mujer intensa, y escribí entonces el texto que ahora les comparto.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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