Sáb. Dic 6th, 2025

COLUMNA: Pedagogía en voz alta

Por Redacción Oct6,2025 #Opinión

Ser una docente de carne y hueso

Por Maritza Soto Barajas

Mi formación inicial es en psicología y posteriormente cursé una maestría en la misma área. Hasta entonces tenía la firme convicción de dedicarme al ámbito psicosocial, en particular a la atención de niños y niñas en situación de vulnerabilidad. Sin embargo, las circunstancias de la vida me llevaron, de manera inesperada, a desempeñarme como docente de educación superior. De un día para otro me encontré frente a un aula con alrededor de 40 estudiantes que se preparaban para convertirse en futuros docentes.

Frente a mí se abrían dos desafíos: formarme como docente de educación superior y, a la vez, formar a estudiantes que algún día también serían docentes. Recuerdo que en esos primeros años sentía nervios al entrar al salón; mis manos sudaban, mi rostro permanecía serio y rara vez sonreía. Un día, una estudiante me comentó que nunca me había visto sonreír. Aquella observación me reveló una parte de mí misma que no estaba reconociendo. En mi manera de enseñar solía reproducir actitudes y discursos de quienes habían sido mis docentes. A veces me sentía auténtica, pero en otras ocasiones parecía representar un papel en una obra con libreto ajeno.

Ser docente, en ese momento y en muchos otros, consistía en aceptar un curso, planear un diseño didáctico, ejecutarlo durante un periodo y en un espacio llamado aula, y finalmente asignar una calificación a los estudiantes según su desempeño. No obstante, la docencia se convirtió también en una experiencia vital: me ocupa gran parte del tiempo, me equivoco con frecuencia y cada día me pregunto si mis decisiones son adecuadas y cuál es, en realidad, mi función.

Hoy me concibo como alguien que aprende a ser docente mientras acompaña los procesos formativos de otras personas. Me identifico más con la figura de acompañante que con la de facilitadora, quizá porque reconozco que sólo puedo enseñar desde mis propios recursos. Por más que admire a otras profesoras, nunca podré ser exactamente como ellas. Tal vez la docencia, como lo plantea Philippe Meirieu, consista en crear condiciones para descubrir los propios talentos académicos y que en colectivo cada quién aporte desde sí mismo.

En este camino he aprendido a aceptar que mis interpretaciones de la realidad educativa son siempre parciales. Cuando creo tener certezas, surgen nuevas incertidumbres. La principal, hasta ahora, se relaciona con comprender cómo aprenden actualmente los estudiantes y cómo esa visión dialoga con sus necesidades psicosociales, con los aspectos en los que necesito seguir formándome, con mis propias formas de aprender y con las posibilidades institucionales. Por el momento creo que mis certezas son transitorias: me ofrecen alivio momentáneo y pronto se transforman en nuevos problemas que me invitan a repensar mi práctica y a proponer nuevos cursos de acción.

Decir que me equivoco como docente es casi una confesión. Tras 12 años de experiencia, sigo cometiendo errores que a veces me avergüenzan. Aunque en el discurso pedagógico se afirma que el error es parte del aprendizaje, en la práctica suelo mantenerlos en secreto, temiendo que su reconocimiento tenga consecuencias negativas. Al fin y al cabo, tengo una imagen de ser docente, de ser profesionista, y pienso que me ven como alguien que ya “es”. Y, sin embargo, coincido con Paulo Freire en que en realidad estoy siendo: en constante construcción, muchas veces con la sensación de estar apenas comenzando.

Ante la expectativa de ser docente, noto que a veces aparento ya serlo plenamente, pues persiste en mí la idea de que debo tener siempre las respuestas correctas a las preguntas del estudiantado. No obstante, reconozco también la importancia de decir “no lo sé” y de mostrarme como aprendiz cuando esa es, en realidad, la mejor elección.

En ocasiones me he presentado como “experta”, aunque ahora pienso que esa etiqueta me aleja de mi propia experiencia. Ser docente implica preguntarme si mi práctica refleja quién soy o si aún interpreto un personaje.

Al mismo tiempo, coincido con Alfred Schütz en que habitamos un “mundo de la vida” donde, más allá de los discursos científicos, seguimos siendo personas de carne y hueso. Desde mi biografía construyo, día a día, una idea de docencia que someto constantemente a reflexión y cuestionamiento.

Tal vez de eso se trate: de reconocer que no siempre tengo todas las respuestas, de aceptar que sigo aprendiendo y, desde ahí, atreverme a ser una docente de carne y hueso.

*Pedagogía en voz alta es una columna de la Facultad de Pedagogía. La autora de este artículo es profesora de tiempo completo.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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