Por Marcial Aviña Iglesias
El otro día sucedió una cosa que me hizo abrir los ojos, te lo juro: llega un chamaco que llevaba 2 días sin dar señales al salón, la lista vacía de participaciones y aportes de la clase en donde iba su nombre. Pero cuando aparece, su compañero le suelta el torito: ¿Traes justificante o qué? Y el joven, todo ufano, le dice: Sí, claro que sí, wey. El otro replica con sarcasmo: ¡Cómo vas a hacerle para recuperar las clases que te perdiste! Y el muchacho responde con toda la paz del mundo: ¿Perder? ¡No, cómo crees! Me puse a ver tutoriales en YouTube y vídeos sobre lo que ustedes se chutaron en las aburridas clases. Ahí fue cuando mi cerebro desamueblado empezó a sacudir los engranes y pensar: ¿Será que, con tanta información en la web, quienes ejercemos la docencia ya no vamos a ser útiles?
Pues te digo que no, eso es pensar así porque sí y luego la realidad es otra. Los tutoriales en YouTube son la neta para echar una mano, pero no son un profesor, ni de lejos. Por ejemplo, un vídeo no les resuelve sus dudas, ni les hace ver los errores que tienen; menos aún, se da cuenta cuando no comprenden. Ni se adapta a cómo ellos puedan mejorar su aprendizaje, ni brinda más tiempo o una explicación más completa, para reafirmar la información.
Y que conste que los tutoriales no les motivan a seguir, ni les dicen: ¡Ey, que así no! Eso solo lo hace un docente que los está viendo en directo y que tiene la paciencia justa para sacarlos adelante. Otra cosa es la calidad de lo que hay en YouTube; como ustedes saben, cualquiera con un celular puede subir un tutorial y no siempre está bien explicado ni es fiable esa información. En cambio, el profesorado está más puestos que un calcetín, cuentan con formación profesional y dejan el contenido bien afianzado y en orden.
Además, muchos tutoriales son de esos que solo les cuentan la puntita del iceberg, no les meten en profundidad ni les ayudan a conectar ideas como hace un buen docente. Y ojo, que ver vídeos es cómodo, sí, pero eso a veces los convierte en un espectador pasivo. Enseñar de verdad es permanecer de pie a un costado del pintarrón, mancharse los dedos con el plumón, caminar entre los pupitres, mientras el estudiantado se les entume el coxis, preguntar, develar teorías y resolver dudas, y para eso los profesores somos bien rifados.
Así que la cosa no es que los tutoriales o la tecnología sean el enemigo, sino más bien la ayuda que todos necesitamos. Lo ideal es combinar la libertad de que, si nuestros alumnos tienen la habilidad autodidacta de aprender a su ritmo con vídeos, y la experiencia, el apoyo y el sentido de responsabilidad del profesor para que no se pierdan en el camino. Eso sí que es una combinación ganadora.
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