Pueblo
Por Jorge Vega
Si uno lo piensa con frialdad, sin colores políticos, hay algo perverso en la idea de pueblo, esa entidad que emociona hasta las lágrimas a la mayoría de los políticos. Hay algo torcido, porque se asocia además a la necesidad humana de agradar a los demás.
¿Qué necesita uno para ser pueblo, según los discursos políticos? Ser humilde, casi miserable; no tener sueños de autonomía, de creatividad, de grandeza; obedecer y adorar hasta la abyección a quienes manejan el dinero público, y no tener ideas propias. No ser crítico, pero sí agradecido y darlo todo por la causa que proponga la clase política de moda. Sólo así el pueblo podrá ser protegido y amado.
En términos espirituales, es lo mismo que han hecho los dioses -desde la antigua Babilonia-, los hombres de gris y los arcontes, esas entidades o fuerzas que actúan como guardianes opresivos del Mundo material, impidiendo que las almas humanas accedan al conocimiento divino.
Quien cuestiona, quien piensa desde el centro de su propia alma, suele ser el enemigo, el ser humano que persiguen, hasta destrozar, las bestias que acechan en el despoblado de las redes sociales.
Sin embargo, el escudo de México lo anuncia con claridad: el águila termina siempre por matar a la serpiente, al animal rastrero que vive de la luz de los demás.
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