Por Ramón Ventura Esqueda
Releer, palabra que se aplica básicamente a la relectura de textos como literalmente se entendería; pero también es aplicable a otras lecturas, la del espacio inherente a la arquitectura, o la de cualquier tipo de fenómenos, sociales, económicos, naturales etc. Cosas que siempre requerirán de una revisión, es decir de otra lectura o una relectura al fin. Desde luego la de las artes plásticas no escapa a esta acepción, que es el caso que ahora nos ocupa; pues algunas veces creemos que ya sabemos todo de un artista, todas las posibles explicaciones de su obra y siempre surge por ahí una visión diferente, entonces la obra gana vigencia, nuevas y variadas interpretaciones y desde luego se revalora, tal como al arte plástico corresponde.
Hace 40 años, en 1983 para ser exactos, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, a 34 años de la muerte del maestro muralista José Clemente Orozco en 1949, publicó un libro precisamente con ese título, Orozco: Una relectura, en el que participaron grandes escritores, críticos e historiadores del arte de la talla de Luis Cardoza y Aragón, Teresa del conde, Fausto Ramírez, Jaqueline Barnitz, Xavier Moyssén, Rita Eder, Jorge Alberto Manrique y Alicia azuela. Quienes “…desde novedosos enfoques teóricos, se replantearon el contenido y la comprensión de la obra orozquiana, sin desconocer, a quienes los habían antecedido en el ejercicio de la crítica (…) a la obra del maestro”.
Posteriormente en 2010, mi maestra Raquel Tibol publicó a mi ver, una de las más originales relecturas del maestro Orozco: Cuadernos de Orozco, que no fue más que una innovadora edición en negativo de los cuadernos donde Orozco realizó sus estudios preparatorios para cuadros y murales entre 1927 y 1934. Aportando otra visión del pintor desde “sus apuntes de estudio y meditación sobre varios aspectos del oficio de pintar”
Por tanto, es de sabios hacer siempre relecturas a la obra de los artistas, sobre todo para tener interpretaciones, tal vez nuevas en la producción de su obra, razón por la cual, la Pinacoteca Universitaria ha tenido el acierto de bautizar a esta exposición con el nombre de Gabriel Portillo del Toro: Una relectura, la que podremos reconocer a partir de una muestra conformada por 35 obras gracias al gentil préstamo de 5 coleccionistas privados, complementándose dicha muestra con las obras existentes en el acervo de la Dirección General de Patrimonio Universitario. Lo que nos permitirá una visión más aglutinadora de la producción artística del Mtro. Gabriel Portillo del Toro.
Cuatro son las estaciones en el tránsito por la obra del pintor colimense Gabriel Portillo del Toro, sus influencias; su obra mural; su trabajo como pintor de caballete y sus cartones. Sin que por esto se tenga que establecer un corte entre las 4, ni un orden, sino antes bien, aunque aparentan ser como una suerte del 1, 2, 3, en su proceso creativo como artista, las 4 se complementan y aunque haya dominancia de alguna de ellas, en su trayecto como artista, nunca dejó de deambular por las otras 3, todas amasadas por el gran oficio de un magistral dibujante en sus procesos preparatorios; plataforma de trabajo expresiva en todas las estaciones que conforman su obra como artista plástico y nos dan una visión más clara de la misma.
Es de suponerse que como todo artista al iniciarse fuese realista y más nos lo podría confirmar su trabajo en la agencia de publicidad en el que se desempeñó entre 1946 y 1949, cuando era un adolescente de apenas 19 años. Además, es entendible que a este período correspondiera su producción a sus influencias, el dibujo académico, los muralistas y el ensayo y ensayo de su oficio hasta encontrar sus caminos, porque Gabriel Portillo tuvo muchos y variados caminos, donde ejercitarse y llevar a cabo su obra.
De sus influencias, me atrevería a decir que todas las que surgieron en la primera mitad del Siglo XX se las apropió, ya que estas fueron su escuela, pues el maestro Gabriel siempre presumió de ser un autodidacta y no haber tenido estudios “formales” de pintura, su oficio lo desarrollo ejecutándolo, trabajando duro, esforzándose desde el inicial Taller Lutesia, buscando senderos para su obra.
A partir de los años 50, dio inicio su trabajo como muralista, teniendo la suerte de realizar murales en residencias particulares, así como en edificios públicos igual que Orozco Rivera y Siqueiros, ya que estos maestros sin duda fueron una gran influencia para su obra, pues apenas 30 años atrás habían iniciado el movimiento y estos habían realizado o estaban realizando su obra todavía, como era el caso de Siqueiros. Murales como el del Sr. Alatriste en Guadalajara y el del Motel Costeño que aún se conserva, dieron inicio con esa parte de su obra, hasta completar más o menos, si mi memoria no me falla, un promedio de 15 murales, los cuales se encuentran distribuidos en edificios públicos y algunos, como ya dijimos al inicio, en residencias particulares. En ellos se evidencia un conocimiento de la composición muy elaborado y minucioso, así como de una técnica pictórica muy experimentada.
En su trabajo de caballete, es donde encuentro mayor coherencia en su expresión, pues a partir de recrear el cubismo analítico y sintético de Picasso en su obra y de conocerlo a fondo, buscó siempre incorporar a esta la geometría, los bifrontismos y las síntesis colorísticas, en donde dado su amplio conocimiento de la composición, logro obras de factura sin duda sobresalientes, tan fue así su pasión por este artista que llegó a realizar un óleo titulado Homenaje a Picasso.
En lo referente a sus cartones, el maestro portillo, siempre ejercitó esta suerte de periodismo artístico, de la crítica, con conocimiento profundo de los problemas políticos y sociales. Teniendo una manera muy original de trabajar sus cartones, inicialmente realizándolos como grabados en linóleum con buril, sin por esto discriminar la tinta, que fue la técnica que utilizó en sus últimos cartones.
Así pues, el maestro Gabriel Portillo, nunca dejó de transitar del dibujo al cuadro, ni de este al mural, ni su ejercicio cotidiano de la caricatura periodística, cobijado por sus bien aprendidas influencias que se quedaron con él en sus viajes, en sus talleres donde trabajó y en todo lo que aprendió aquí y allá para hacerse de su buen oficio como pintor y amalgamarlo en una obra con estilo y expresión propias, la que por demás forma ya parte de nuestra historia.
Cuentas aparte siempre, me gustó su ejercicio de la docencia, pues tuve la fortuna de ser su alumno temporal un par de veces, una de ellas en la Escuela de Artes de la Universidad de Colima de la que fue su fundador en 1966 y en la que estuve entre 1968 y 1970 copiando modelos en yeso y quien con una mordaz amabilidad nos corregía los errores de trazo y sombreado. La otra, fue en un taller libre que nos impartió a los que éramos alumnos en el bachillerato N°2, allá por 1974, donde continuó siendo el mismo parsimonioso y amable crítico de nuestros ejercicios.
El maestro Gabriel Portillo del Toro, nunca dejó de hacer murales, nunca dejó de dibujar y pintar en caballete, ni tampoco de hacer cartones, ni tampoco dejó sus influencias, estas lo acompañaron hasta el final de su trabajo, convirtiéndose en su estilo propio con el que realizó toda su obra que nos ha dejado. Esta nueva exposición de ella, que promueve la Universidad de Colima, a través de la Dirección General de Patrimonio Universitario es un acertadísimo homenaje y una invitación a revalorar su trayectoria y reconocer en la obra del maestro Gabriel portillo del Toro, uno de los más fuertes pilares de la cultura artística de nuestro estado.
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