Por Laura Zornoza
En el gueto de Varsovia, en las hediondas alcantarillas por las que escapó de una muerte segura y en los armarios en los que se escondió durante años mientras su madre trabajaba en hogares del lado ario de la capital polaca durante la Segunda Guerra Mundial, Irene Shashar tuvo una única amiga y confidente: su muñeca Laleczka.
Hoy, con 86 años y ante el Parlamento Europeo por el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, su querida muñeca es un hilo conductor de la increíble peripecia que vivió siendo sólo una niña, cuando tras la muerte de su padre, su madre le sacó del gueto de Varsovia a través de las alcantarillas hasta la casa de unos amigos donde podía hacerse pasar por no judía y trabajar para ellos.
El plan, sin embargo, implicaba que Irene tendría que esconderse para no alertar a las autoridades nazis de su presencia.
“Me dieron un orinal para mí y para mi muñeca y mi madre venía de vez en cuando con comida y con un beso, y a decirme lo mucho que me quería. Pasé horas y horas en armarios oscuros hablando con mi querida Laleczka, nos animábamos mutuamente y nos abrazábamos. Le preguntaba una y otra vez qué había hecho mal”, narra Shashar ante el hemiciclo europeo.
Su alegre chaqueta roja y gafas de montura azul contrastan con la dureza de su recuerdo de aquella etapa; aún no había cumplido 4 años cuando salió del gueto de Varsovia y quedó confinada en aquellos armarios. Su madre, recuerda, le aseguraba que si se portaba bien, no la llamaba y no hacía ruido, se acabaría todo pronto y podrían volver a salir a jugar al parque.
Tras la guerra, se marchó a París y aprendió a escribir y a leer por primera vez con 9 años. Su madre murió en 1948, cuando Irene sólo tenía 9 años, pero no sin un plan para su única hija: enviarla a Perú con su sobrina favorita para darle una oportunidad de futuro.
“Perú me dio un entorno en el que pude pasar de una niña escondida y refugiada, a una adolescente con esperanzas y sueños”, cuenta hoy.
Tras pasar por Lima, obtuvo una beca para estudiar en Estados Unidos, pero acabó volviendo a Israel, donde vive hoy con sus 2 hijos y 7 nietos.
Su gesto cambia al hablar de su hogar, de lo sucedido el pasado 7 de octubre en los ataques de Hamás. Su nieto mayor, de 20 años, está haciendo el servicio militar obligatorio. “Rezamos por que vuelva a casa a salvo”, dice.
“Mis nietos tienen todo su futuro por delante y me rompe el corazón verlos crecer en una guerra. Deseé, y realmente creí, que yo ya había pagado el precio, y aun así mis nietos tienen que luchar para defender su derecho a vivir en un Estado judío”, lamenta hoy.
Shashar, que pide ayuda a Europa para garantizar el retorno seguro de los rehenes que aún mantiene Hamás y para luchar contra el creciente antisemitismo, dice que sólo tiene un sueño pendiente.
“En mi sueño, mis hijos y todos los niños viven en un Oriente Medio en paz, libre de odio, especialmente hacia nosotros, los judíos. En mi sueño, los judíos encuentran seguridad en cualquier parte que elijan llamar hogar y el antisemitismo es algo del pasado. Yo vencí a Hitler y estoy al fin en casa”, concluye.
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