Por Hanna al Saleh
Está bañada por el mar Mediterráneo y es conocida por su ocio nocturno, pero no es Ibiza ni Malta, sino la ciudad siria de Latakia, cuya faceta fiestera choca con la otra realidad de un país en guerra desde hace 13 años y una población sumida en la pobreza.
Al caer el sol en la “Corniche” Sur de Latakia, grupos de jóvenes deseosos de dejar atrás las durezas del día, acampan en las aceras frente a los puestos que venden bebidas alcohólicas con unas sillas, unos pequeños altavoces y fogatas improvisadas en braseros metálicos.
Se conocen localmente como fiestas “para llevar” y atraen principalmente a aquellos que no se pueden permitir pagar las costosas entradas a las discotecas, cuya entrada equivale a unos 20 dólares, aproximadamente el salario medio en el país.
No muy lejos de allí, en un edificio de 9 plantas frente al mar, la discoteca Opa Sky abre a medianoche para otro tipo de clientela más pudiente, como muestra el gran número de coches de lujo aparcados en la calle donde se ubica el establecimiento.
“Cada jueves habrá una idea y cada jueves haremos un espectáculo. Cada jueves hacemos algo específico, podemos hacer un tema mexicano o español. Una vez hicimos estilo hawaiano, otra estilo egipcio”, explicó el dueño, Majd, al agregar que ofrecen “todo tipo de bebidas, con y sin alcohol”.
Entre apagones
Dentro del Opa, varias decenas de personas de diferentes edades bailan sin parar entre luces de colores y el humo de los narguiles, coreando los grandes éxitos árabes e internacionales que emanan de la mesa del DJ.
De pronto, varios percusionistas entran a la sala tocando darbukas, tambores típicos de Oriente Medio, acompañados de bailarinas con máscaras sobre los ojos para imprimir una nota oriental a la noche de celebraciones.
El pinchadiscos, Rami, destaca, elevando la voz, que su trabajo no se limita a poner música, sino que también ofrece “un oasis” de alegría a aquellos que lo necesitan o que se beneficiarían de olvidar sus dificultades personales, aunque solo sea por unas horas.
Su equipo cuenta con baterías autónomas para evitar que la música se pare cuando se producen apagones, algo muy común en medio de la escasez de electricidad que sufre el país y un problema que deja a Latakia con apenas unas horas de suministro de energía cada día.
Uno de esos cortes de luz llega sin aviso cuando algunos clientes llegan al edificio, pero ninguno de ellos parece molesto por tener que subir a pie los 9 pisos hasta el Opa.
Una de las juerguistas es una chica oriunda de las áreas rurales de la provincia a la que su familia no le permite llegar tarde a casa, pero que ve salir de noche como una rebelión contra tradiciones locales que no comparte.
La joven, que no se identificó, defiende que, “mientras su familia no se entere”, tiene derecho a ir de fiesta para amortiguar la presión que sufre a causa de sus estudios académicos y de las dificultades económicas, a las que hace frente con ayuda de su novio.
Choque de realidades
En Latakia, la fiesta no paró ni mientras decenas de proyectiles procedentes de los frentes de batalla caían por toda la ciudad durante el punto álgido del conflicto armado iniciado en 2011, aunque quizás pasaron a organizarse en menor medida o con medios más humildes.
Antes de la guerra, los reservados estaban a nombre de familias influyentes, vestidas a la última y que habían hecho del ocio nocturno su modo de entretenimiento habitual.
Esas caras hoy han sido sustituidas en muchos casos por los nuevos ricos de la guerra.
Es el impacto de 13 años de violencia, una crisis que ha dejado al 90% de los sirios en la pobreza y ha hecho desaparecer a la clase empresarial.
Ahora, la sociedad siria se debate entre aquellos defiende la opción de salir de fiesta, los que lo ven como irrespetuoso mientras muchos no pueden alimentar a sus hijos y algunos otros a quienes les parece algo frívolo en medio de la guerra.
Para Leah, una de las asistentes a la noche temática en el Opa, es importante seguir adelante pese a tragedias, como el conflicto armado o el devastador terremoto que hace un año golpeó con fuerza su ciudad.
“Ahora estamos viviendo nuestra vida, y continuando cada jueves con una noche obligatoria de quedarse hasta tarde junto a nuestros amigos y gente a la que queremos. Estamos viviendo nuestra vida con normalidad pese a todas las circunstancias”, sentenció.
“Salimos, pues la vida debe continuar, y somos gente que ama la felicidad y la alegría”, concluyó Leah.
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