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COLUMNA: Ciencia y futuro

Por Redacción Feb16,2024 #Opinión

Resiliencia para una población que envejece

Por Doctora Karina Orozco Rocha*

La población mundial envejece; esto es, la proporción de personas de 60 años de edad y más aumenta y la proyección es que sea cada vez mayor. En México no es la excepción, dicha población representaba el 11.4% en 2020 y se estima que llegará a 21% en 2050. Existen diversas preocupaciones por este proceso demográfico, como son los cambios en la fuerza laboral, el incremento de bienes y servicios que demandará la población adulta mayor en los próximos años, las presiones en las pensiones, el cambio en las dinámicas familiares para la organización del cuidado de las personas adultas mayores que lo requieren y, en particular, una gran demanda de servicios de salud para una población que envejece.

¿Debemos preocuparnos u ocuparnos por lo anterior? Si bien, en las edades avanzadas se enfrentan diversas situaciones adversas, como una enfermedad grave, una caída que requiera intervenciones quirúrgicas y hospitalización, la pérdida de la fuente principal de ingresos, fraudes, daños a su propiedad a consecuencia de desastres naturales, por mencionar algunos ejemplos, también existen mecanismos que pueden amortiguar el impacto de tales adversidades. Por lo que, se hace énfasis en desarrollar estrategias de resiliencia para las edades avanzadas, entendiendo como resiliencia a la capacidad que tiene cada individuo para recuperarse de la adversidad. Ahora bien, pensamos en una persona adulta mayor con más de 60 años, quien acumula una gran diversidad de situaciones favorables y desfavorables a lo largo de su vida, incluso desde su gestación en el vientre materno. Al final, ¿cómo le hará para enfrentar una situación adversa?

La respuesta tiene que ver justamente con ese conjunto de desventajas o ventajas acumuladas. Se sabe que en conjunto muchos de los traumas ocurridos durante la infancia, la mala o inadecuada alimentación, el padecimiento de ciertas enfermedades o condición socioeconómica durante los primeros años de vida, durante la juventud, en la edad adulta e incluso las condiciones y hábitos actuales tiene repercusiones en la salud o en la economía de las personas adultas mayores.

Ahora imaginemos a 2 personas con características similares como edad, sexo, municipio de residencia, estado civil y sin trabajo. Y ambos tuvieron que requerir una intervención quirúrgica por una misma enfermedad. Pero que, en términos de resiliencia son diferentes. Supongamos que el primer individuo tiene mayor resiliencia; pues tiene un alto nivel de escolaridad (licenciatura), tuvo una ocupación favorable y de escaso desgaste físico, cuenta con su pensión por jubilación, tiene atención médica garantizada y pudo acumular un patrimonio.

En contraste, el segundo individuo tiene menor resiliencia, como no haber completado la primaria, no cuenta con una pensión por jubilación, carece de servicios médicos, tuvo una ocupación a lo largo de su vida que le derivó un mayor número de enfermedades crónicas, un estilo de vida menos saludable, y una menor posición económica. Ante la misma adversidad que enfrentaron ambos individuos, es lógico pensar que la segunda persona sufrirá mayores efectos negativos que la primera ante dicha adversidad. Seguramente, la segunda persona o su familia deberán pagar los gastos de la intervención y hospitalización, disminuir sus ahorros, desprenderse de sus propiedades, o adquirir deudas para recuperar su salud; además, padecerá más estrés por lo que se deriva de dicha adversidad, dificultando la recuperación de su salud. Así, aunque las 2 personas tuvieron una misma adversidad, los efectos fueron diferentes de acuerdo con la capacidad de resiliencia de cada uno. 

Concluido este comparativo, cabe responder que sí debemos estar ocupados en tener mayor capacidad de resiliencia en lo individual y colectivo, para responder de manera más favorable a las adversidades que nos plantea el envejecer como individuos y sociedad.

De ahí que es importante preguntarnos en cada etapa de nuestras vidas, ¿qué estoy haciendo para cuando llegue a edades avanzadas? Nunca es tan pronto o tan tarde para cuestionarnos y modificar nuestra capacidad para hacer frente a las adversidades. Si bien, hay situaciones que no podemos cambiar, hay muchas otras que sí están en nuestras manos. Ya sea tener hábitos saludables como hacer ejercicio, preferir una alimentación balanceada, renunciar a hábitos dañinos para nuestra salud, como fumar y el sedentarismo; y también, iniciar una conciencia de nuestro bienestar económico a largo plazo, como el hábito al ahorro, practicar finanzas personales sanas, no caer en tentaciones que nos lleve al endeudamiento excesivo. Todo ello, para contar con recursos económicos y de salud que amortigüen el impacto de las diversas adversidades en las edades avanzadas; ser resilientes y podernos recuperar de la mejor forma posible a éstas.

En la siguiente dirección, aparece un artículo relacionado por la presente temática:

https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/08982643231179873

* Profesora de las licenciaturas en Economía, Finanzas y Negocios Internacionales de la Facultad de Economía de la Universidad de Colima

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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