En tonos sepia
Por Jorge Vega
Por la tarde, mientras esperaba la luz verde del semáforo, pasó frente a mi auto, como ráfaga de viento en tonos sepia, el Colima de hace 4 décadas, con sus frutas pudriéndose en las aceras y la trompeta de hule y metal de las nieves de garrafa. Con sus domingos largos y callados y las ollas de Quique el Tepachero.
Frente a mí, como imagen sobreponiéndose a la época actual, pasó montado en su bicicleta lecherona, de una sola velocidad, un hombre de aquellos tiempos en los que aún era posible caminar de noche por la ciudad o emborracharse en caminos sacacosechas.
Era un hombre de aquellos días, delgado, con su gorra de beisbolista de los años 40, sin logos, pantalón de dril sujetado en la pantorrilla derecha con una especie de clip para que la cadena no lo manche de grasa. Ropa gris, desgastada, como foto en blanco y negro.
Un hombre fuerte, cargando en la parrilla una caja con mercancías. Silencioso, atento a los autos avorazados que esperábamos el verde dedeando las pantallas del celular.
Nadie más parecía verlo cruzando frente a nosotros, alejándose por la avenida San Fernando hacia la parte oriente de la ciudad. ¿Qué fue de ese Colima de hombres sentados en las bancas del jardín, sin hacer nada? ¿A dónde fueron esos años en los que el mundo, el nuestro, giraba alrededor de la radio, la iglesia, la familia y el cine?
El verde del semáforo se enciende. Pronto comenzará la noche. Pronto seremos una visión fugaz (en el mejor de los casos) en el Colima que sobreviva el rigor y la desesperanza de estos días de rompimiento, de cambio.
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