Guillermo Velázquez habla de los caminos que José Alfredo olvidó I
Por Carlos Ramírez Vuelvas
Para el maestro Roberto Levy
En el 2002, viví 6 meses fenomenales en Guanajuato, como estudiante de la Facultad de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad de Guanajuato, anclada en el pueblo minero de La Valencia, sobre la Sierra de Santa Rosa. En aquellos años debí estudiar guionismo con el maestro Roberto Levy, así es que él me encargó que buscara a Guillermo Velázquez, un músico extraordinario que el pasado 27 de febrero recibió el Premio Nacional de Artes y Literatura, el reconocimiento más importante que entrega el Gobierno de la República a sus artistas y creadores. Como un homenaje a mis maestros, presento aquella crónica dedicada a mi maestro Roberto Levy.
Guillermo Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú es el grupo de trova arribeña más importante de México. El grupo está integrado por Guillermo Velázquez Benavides, quien estudió filosofía en Querétaro y en Nuevo México, Estados Unidos, fundador y director del grupo, trovador y ejecutante de la guitarra quinta huapanguera, autor de más de 100 canciones y 750 poesías decimales; María Isabel Chabe Flores Solórzano, que estudió Trabajo Social en la Universidad de Guanajuato y, curiosidad aparte, en la Escuela de Trabajo Social “Vasco de Quiroga”, en Comala, Colima, cantante y bailadora del grupo; Eusebio Chebo Méndez acompaña a los Leones de la Sierra de Xichú desde 1988, tiene más de 40 años tocando en grupos musicales, 14 de ellos como mariachi, es el violinista más experimentado y uno de los 4 mejores de la región de la Sierra Gorda; y Javier Rodríguez Díaz, el más joven de los valores de la trova, acompaña al grupo como vihuelero desde 1993.
Son intérpretes de un centenar de sones y jarabes del género arribeño, llamado así para diferenciarlos del caribeño. En esencia, las 2 venas del huapango transmiten la misma base emocional, en el mismo tono, pero el arribeño se permite un mayor número de variantes métricas y tonales en la composición de sus letras. Además, Los Leones de la Sierra interpretan otros géneros menores de la música popular, como las valonas y los versos rimados en cuaderna vía.
Alrededor de Los Leones de la Sierra se organizan varias actividades culturales en lo más alto de la Sierra Gorda de Guanajuato. Ellos crearon la marca musical Ear audio, para la que han realizado gran parte de sus discos y en la que promueven a jóvenes talentos. También participan en la elaboración y difusión del informador El Guaricho, donde publican denuncias, noticias, caricatura periodística, canciones y anuncios de la zona huasteca que colinda con San Luis Potosí, Querétaro y Guanajuato.
En Xichú, un pueblo de la Sierra Gorda, la agrupación mantiene una fuerte presencia político-cultural desde una vieja casona destinada a mesas redondas, exposiciones, presentaciones, lecturas y conferencias.
Todo un Ateneo Serrano.
Llego a la polvosa central camionera de San José Iturbide, uno de los municipios norteños de Guanajuato, donde vive Guillermo Velázquez y Chabe, su mujer. Camino al centro de la ciudad y me siguen gruesas sábanas de polvo.
Me detengo en una taquería donde venden tortas.
El diestro taquero-que-prepara-tortas-cantando me recibe con una canción olvidada de Juan Gabriel. Luego le sale lo José Alfredo: cantó El Rey y Caminos de Guanajuato. Una taquería en San José Iturbe, una rocola reflexiva.
¿Había pensado José Alfredo Jiménez en estos sitios polvosos y olvidados cuando escribió sus canciones? ¿Habrá pasado por aquí el charro de Pénjamo? ¿El caballo Blanco cruzó Atarjea, el pueblo de más altitud de la Sierra Gorda?
Esta parte norte de Guanajuato es la que menos se parece al Guanajuato de los turistas y los estudiantes de intercambio. Es entrar a la nada del estado; mejor dicho, a la nadería que a veces singulariza a este país.
San José Iturbide es uno de los primeros pueblos antes de la zona alta de la Sierra Gorda. Impresiona, en aquella rareza, el Templo Principal construido entre 1866 y 1875, de estilo neoclásico con una precisión irritante. El escueto Palacio Municipal se mantiene tristemente en pie a la sombra del Templo. Y cerca, una suerte de museo abandonado, con exposiciones permanentes de artistas locales.
En ese entorno vive Guillermo Velázquez con su familia, en una especie de colonia magisterial, un barrio de casas de interés social semi abandonadas. Como dispuestos al azar, los tonos rojo y café ilustran la fachada de la casa del cantante. Adentro, una pequeña sala de equipales y un montón de reconocimientos en las 4 paredes. Manchas de grafiti y aerosol en los espacios vacíos.
Chabe luce una guelaguetza blanca bordada en oro y carmesí. Guillermo en pantalones de mezclilla, botas marrón y chamarra de cuero; cinto piteado, dice; camisa a cuadros; lentes de armazón negra y vidrio grueso. Una delgada liga negra le hace al cabello entrecano una cola de caballo. En la frente de Guillermo caben 5 dedos acostados, de un par de manos enormes y encalladas.
Chabe ofrece café. Bebemos y platicamos.
Soy el único elemento del grupo, que puede ser un híbrido, el caso más especial de todos los del grupo. Creo que nadie puede tener la misma historia de vida. Yo me crie lo mismo en Centroamérica como en Estados Unidos. Nací en Xichú, pero desde que tengo 11 años he estado viajando constantemente. Cuando era chico, mis padres vendían cosas en Veracruz, en donde aprendí, junto con mis padres, muchos sones y canciones que luego cantábamos en la casa. En Xichú están mi madre y algunos de mis hermanos.
Don Guillermo va trazando su trayectoria, su paso por la música campirana, y entonces se entienden algunas de sus grabaciones, como Tradición y destino y Bajo el sol de agosto, que realizó acompañado por el payador uruguayo José Curbelo y el trío huasteco Los Camperos de los Valles.
En las letras del disco hay una nostalgia por la serranía en contraposición con imágenes del progreso (las carreteras, los medios de comunicación o el uso doméstico de aparatos tecnológicos), que son vistas de manera negativa.
En palabras de GuillermoVelázquez, sólo la Tradición permite la sobrevivencia de los valores originales del pueblo. Concepto, por cierto, que es definido con contradicciones y dificultades. “Yo empecé a educarme desde niño con los maestros decimeros y del huapango. Soy un trovador. Estoy inserto en esta tradición y sé que debo darle vida, alargarla y prolongarla. Voy pregonando esta herencia que es un apasionante universo humano. Me alimento del conocimiento, la experiencia y la sensibilidad de los viejos músicos y trovadores. En ese sentido, soy un iniciado.”
Según el número 49 del suplemento La Ojarasca del periódico La Jornada, una de las contribuciones más importantes de Guillermo Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú es, precisamente, preservar la cultura serrana de la huasteca guanajuatense. “Su aporte es un factor determinante para que esta tradición –prácticamente desconocida fuera de la región hasta antes de 1980– fortalezca y vigorice sus lazos con la colectividad y atraviese actualmente por un periodo de auge y repunte, que se manifiesta en la asistencia masiva a las topadas y en el surgimiento de nuevos músicos y trovadores”.
Al respecto, el vocalista del grupo no tiene reparos en celebrar este reconocimiento: “Me adentro en la dinámica de trovar y tocar en los bailes, desarrollando mi estilo de trovar y defiendo las que considero las preocupaciones centrales: abordar en las trovas la problemática social, cultural y política de la región, del país y del mundo; renovar formas, contenido musical, poéticos de la tradición, sin desvirtuarlos; y elevar el nivel y la calidad poética de la versificación”, dice, clarividente y emocionado, Guillermo Velázquez.
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