El puente y el mar (un agradecimiento)
Por Carlos Ramírez Vuelvas
Después de pasar la bahía doble de Manzanillo y detenernos en Barra de Navidad, ya en Costa Alegre, llegamos hasta Melaque huyendo de la peste de la rutina, mendigando por lo menos unas horas de mar para vencer el tedio del trabajo. Uno nunca terminará de agradecer la fuerza lustral de la sal y el agua, su potencia vivificadora sobre el cuerpo, pero sobre todo en el ánimo a pesar la brisa comienza a dorarte la frente con la lija suave de la arena (lija de agua dicen en la ferretería).
Bajo el puente de este fin de semana largo, el mar frente a la jornada y el salario. Desde que la sociedad occidental inventó el trabajo a cambio del pago, la monotonía laboral se instaló en un rincón del cerebro y del corazón, medrando como un lobo agazapado sobre los días que la creatividad permite un giro inesperado a la monotonía profesional.
Los testimonios sobre este malestar de la cultura abundan, desde las representaciones arqueológicas de los primeros campesinos hasta las fatídicas narraciones de Franz Kafka y los recientes capítulos de la serie The Office (Rick Gervais, BBC) con sus divertidas parodias de los equívocos de la cultura Godín.
Pero siempre existirá el mar. Recordar la imagen de Bo Derek emergiendo del mar de Manzanillo, plena y absoluta; o mirar el cuerpo alegre de un niño, lleno de gozo y emoción sobre la playa, nos recuerda el bautizo original de San Juan en el río salado del Jordán. Purificados en vida, después del mar, volvemos santiguados a la semana, con la esperanza de regresar, pronto, a ser besados por las aguas del océano.
Por lo demás, todo lo que sé del mar lo sé de mi padre. Aunque nunca fue marinero, ni siquiera aficionado a la pesca, es un buen colimense que sabe que algunos de los momentos más especiales de la vida de una persona suceden en las playas.
Me enseñó a medir oleajes y mareas, y que, cuando los días se condensan como el nubarrón antes de la tormenta, lo mejor es venir al mar, bañarse en sus aguas como quien contempla las horas en el ojo de un huracán.