Hiper
Por Antar Martínez-Guzmán*
Hiper parece ser un término particularmente recurrente en nuestros días, salta con frecuencia cuando se intenta hacer sentido de diferentes fenómenos relevantes para entender el Mundo actual. Es invocado desde distintos ámbitos sociales y culturales, en muy diversos campos de reflexión o conocimiento, para indicar algo que al parecer recorre nuestras sociedades, como un fantasma. Este prefijo, que denota exceso o superioridad, que remite a una suerte desbordamiento y rebasamiento de la normalidad, parece describir la sensación generalizada con la que hoy experimentamos el Mundo, pero también la propia forma en que el Mundo tiende a configurarse. Se trata quizá de una voz que apela al espíritu de nuestra época.
Así, por ejemplo, el texto se ha vuelto “hipertexto”, una estructura de significados no secuencial, donde documentos con distintos formatos se enlazan y asocian unos con otros, generando redes multidireccionales de información que van a constituir el lenguaje con el que se estructura y funciona Internet. Pero el “hipertexto” no es solamente un lenguaje técnico particularmente propicio para el espacio digital, sino que representa además una tecnología social: una forma de organizar el mundo simbólico en función de la interactividad y de la multiplicidad de recorridos posibles. Diversos estudiosos de la comunicación contemporánea, como Manuel Castells y Jesús Martín Barbero, han encontrado en el “hipertexto” las señales de una transformación tecno-cultural de gran alcance, que nos llevaría a comprender desde otras coordenadas la íntima relación entre lenguaje, pensamiento y cultura.
Actualmente, en el ámbito de las comunicaciones y tecnologías digitales abundan los términos hiper-. Se habla de “hiperconectividad” para referirse a las formas de interacción a las que estamos expuestas actualmente; la interconexión entre sistemas de información, datos, dispositivos tecnológicos y redes sociales vinculados entre sí a través de internet. “Hipermediaciones” se utiliza para hablar de entramados de producción e intercambio simbólico caracterizados por una enorme cantidad de sujetos, medios y lenguajes, conectados tecnológicamente entre sí de manera reticular, que cambian la cualidad de nuestras relaciones. Se busca con este término señalar ecosistemas mediáticos que van más allá de la función comunicativa de los medios tradicionales para dar paso a nuevas formas de socialidad -una madeja de hibridaciones, combinaciones y contaminaciones- donde se tramitan los conflictos, se disputan hegemonías políticas o culturales, y se construyen nuestras identidades. Por supuesto, para estudiar estos nuevos hábitats hay quienes proponen la necesidad de contar con “hipermétodos” para la investigación en ciencias sociales.
Pero lo hiper no ha sido un término invocado solamente para hablar de los cambios tecnológicos y los mundos digitales. También se ha utilizado de manera más amplia y grandilocuente para pensar un profundo proceso de mutación a nivel histórico-cultural. El filósofo Gilles Lipovetsky propone que las sociedades capitalistas actuales han pasado ya a una fase de “hipermodernidad”, caracterizada por la intensificación y aceleración de los fenómenos de la vida personal, social, económica y cultural. Antes aún de terminar de aclararnos de qué se trataba eso de la pos-modernidad (otro prefijo socorrido en nuestros tiempos), hemos transitado sin apenas advertirlo una modernidad hiper. Se trata de una época presentista, donde todo parece momentáneo y efímero, como las imágenes que se suceden en la pantalla durante el scrolling. Todo se agolpa en un presente intensificado y acelerado, en una cadena interminable de imágenes y estímulos en diferentes direcciones que terminan por aturdir la conciencia y los ánimos. Sobre-excitación, inmediatez y simultaneidad, espoleadas por los medios masivos y las tecnologías de comunicación, producen una alteración en nuestra forma de experimentar el espacio-tiempo. Se trata de un exceso por momentos paroxístico donde tenemos la impresión –como en el reciente filme de Kwan y Scheinert- de que ocurre ‘todo en todas partes al mismo tiempo’.
Dos condiciones definitorias de esta época son, según Lipovetsky, el “hiperconsumismo” y el “hiperindividualismo”. Se propicia un consumo masivo, generalizado e inmediato, de todos los estratos de la sociedad, en cada momento y en todos los ámbitos de la vida (productos y servicios, pero también experiencias y relaciones). El “hiperconsumo” se rige por la lógica de la moda: los individuos están persiguiendo siempre una nueva tendencia en un mercado de ofertas en permanente cambio. Las prácticas de consumo no tienen como objetivo real satisfacer necesidades, sino ‘euforizar’ el presente, servir de paliativo emocional ante el agobio y la carencia de sentido. Esto se acopla con un individualismo acentuado, donde los proyectos colectivos tienden a disolverse a favor de un individuo cada vez más ensimismado, acostumbrado a ‘vivir a la carta’, obsesionado con su autenticidad y deseoso de proyector su propia imagen en todas partes. Se trata de un individualismo narcisista, donde el sujeto siente la permanente necesidad de (auto-) afirmación de su identidad lo que, paradójicamente, fragiliza la salud mental y genera una sociedad más ansiógena.
Ante un panorama como este, no es extraño escuchar o leer con frecuencia sobre la actual exigencia de “hiperproductividad”, una forma de nombrar la exaltación del rendimiento y el exceso de trabajo; la tentativa de hacer redituables y ‘productivos’ todos los aspectos y momentos de la vida, en una cultura meritocrática que se beneficia de condiciones de precariedad e incertidumbre generalizadas. Puede que tampoco sea una sorpresa que uno de los problemas de comportamiento más mentados y frecuentes en nuestros tiempos se relacione con la “hiperactividad”, que se expresa en una compulsión al movimiento y la actividad permanentes, casi frenéticas, aún en contextos donde ésta no es requerida; una imposibilidad de ‘quedarse en quietud’, a menudo acompañada de dificultad para mantener la atención por periodos suficientemente prolongados, lo que podría vincularse con el contexto de sobre-estimulación en el que está inmersa la vida cotidiana.
La lista los “hiper” podría seguir ampliándose. En el ámbito de la semiótica y la filosofía contemporáneas se ha acuñado el concepto de “hiperrealidad” por autores como Jean Baudrillard y Humberto Eco, para analizar una mutación de la conciencia propia de los escenarios tecnológicamente (hiper-)mediados, donde ésta ya no distingue claramente la ‘realidad’ de las representaciones y los símbolos que se producen y circulan en los medios de comunicación; o donde la semiósfera de los medios filtra y moldea de manera definitoria la manera en que percibimos un acontecimiento o experimentamos el mundo. Más recientemente, en el campo de la filosofía orientada a objetos y los estudios ecológicos, el filósofo Timothy Morton propone el concepto de “hiperobjeto” para explicar ciertos ‘objetos’ o entidades con los que nos relacionamos; objetos tan masivamente distribuidos en el tiempo y el espacio que trascienden una localización precisa, tan complejos que sólo pueden asirse en términos probabilísticos, que actúan sobre el mundo y están inextricablemente entrelazados con nuestro destino, como el cambio climático, la biósfera, el plástico o la energía nuclear.
Desde coordenadas muy distintas, en el ámbito de los estudios sociales y de género, voces como las de Rodrigo Parrini y Sayak Valencia han empezado a hablar de “hiperviolencia”, para dar cuenta de los nuevos escenarios de violencia exacerbada que han emergido en las últimas décadas en distintas latitudes y, particularmente, en nuestro país. Se preguntan por qué la palabra violencia ya no es suficiente por sí misma. Parece que lo que observamos desborda los alcances semánticos de este término y nos vemos impelidos a enfatizarlo a través de este prefijo protagonista. Se trata de una violencia particularmente cruenta y ensañada, explícita y visceral, que no se contenta con su efecto de sometimiento y letalidad, sino que ha de proyectarse en un espectáculo tenebroso de torturas y desmembramientos, que adquiere una cualidad casi pornográfica.
De modo que lo hiper parece definir y atravesar nuestros tiempos, brota por todas partes como un significante casi silvestre para dar cuenta de nuestra sensación de azoro y desmesura. Viene a mano para socorrer nuestra necesidad de acentuar y enfatizar, en una época marcada por el exceso, la velocidad y la sobre-estimulación. Más allá de la discusión sobre si tal o cual palabra compuesta con hiper- resulta un concepto adecuado desde el punto de vista teórico o empírico –seguramente todas serán nociones temporales-, lo que resulta claro es que, a pesar de la heterogeneidad de fenómenos que intentan nombrar y de la diversidad perspectivas desde donde miran, todas se vinculan por su cualidad intensificada. Su parentesco semántico ya es sintomático, nos dice algo sobre el lugar en que nos encontramos, sobre los tiempos que corren y sobre nuestras actuales vicisitudes; exceso de conectividad y de información, exceso de consumo y de deshechos, exceso de violencia y exceso de yo… un Mundo a todas luces hiperbólico.
*antar_martinez@ucol.mx
Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.