Por Ramón Orosa
Iker Muniain, que dirá adiós al Athletic Club a final de temporada, pasará a la historia del club vasco como una estrella precoz que, tras 15 años llenos de finales, de muchas alegrías y también muchas decepciones, acabó mutando en un capitán de leyenda dirigiendo la Gabarra que surcó la ría 40 años después.
La del navarro (31 años; Pamplona, 19-12-1992) levantando la Copa hacia el cielo, con los ojos cerrados y la cara plena de felicidad en la mítica gabarra “Athletic”, será una foto icónica en una entidad llena de ellas en sus ya 126 años de existencia.
En ella queda resumida no solo la trayectoria de Muniain, que también, sino de un Athletic engrandecido en la última década y media llena de finales, hasta 11, que cambió el rumbo de un club un tanto a la deriva en los años anteriores y que temió verse fuera de Primera División, donde siempre ha estado, tras el acertadamente llamado “bienio negro”.
La llegada del pequeño genio de la Txantrea fue como un terremoto. Como cuando aparecieron otros grandes de la entidad rojiblanca -Fidel Uriarte, Julen Guerrero o Joseba Etxeberia, entre otros-.
De pronto, un niño, entonces con 16 años de edad, tiraba de un equipo que acababa de pasar 2 tragos duros al borde del descenso, eliminaba rivales y batía récords a cada partido que jugaba y con cada cosa que hacía.
Fue uno de los detalles del cambio de rumbo en un Athletic al que Joaquín Caparrós ya había enfilado por la senda correcta llevándole a la final de la Copa del Rey 2009 tras una recordada semifinal ante el Sevilla.
En aquella final nació el Barça ganador de Pep Guardiola. Como en 2012 afloró también el Atlético de Madrid campeón del Cholo Simeone en una final de Liga Europa contra el Athletic en Bucarest.
Dos enormes decepciones del equipo bilbaíno, pero ya en otra pelea que unos años antes, cuando no perdía finales porque no llegaba a ellas y su objetivo no era otro que la permanencia.
El Athletic perdió aquellas finales, pero recuperó su orgullo y su espíritu indomable. El que Muniain reflejó en ocasiones como, por ejemplo, cuando en Old Traford logró en el descuento el 1-3 que aseguraba la victoria a su equipo con más de 8 mil athleticzales en las gradas en una movilización sin precedentes.
O cuando marcó el 2-4 en Gelsenkirchen al Schalke 04 de Raúl González. En ambas ocasiones, llegando raudo al área en unas de esas oleadas hacia la portería final que tanto enamoraron a San Mamés en la inolvidable época en Bilbao del argentino Marcelo Bielsa.
Entonces Muniain exhibía una velocidad tremenda. Tanta como facilidad tenía para ir deshaciéndose con balón de los rivales que le iban llegando. Al primero y al segundo siempre les superaba y al tercero muchas veces.
Era un Iker eléctrico y casi imparable al que le frenaba un tanto un golpeo de balón muy alejado de su conducción y atrevimiento. Un golpeo que fue mejorando, casi imperceptiblemente, hasta que, en el tramo final ya de su carrera en Bilbao, con Gaizka Garitano y Marcelino García Toral, se hinchó a dar asistencias a balón parado.
A Muniain le cambiaron la carrera y su perfil como futbolista 2 graves lesiones de rodilla, una en cada pierna. 2 averías en los ligamentos cruzados que le obligaron a desentrañar el futbol ya más como director de juego que como estilete desequilibrador de contrarios.
En esa nueva tarea, y ya como capitán, sus servicios al espacio, fundamentalmente a Iñaki Williams, su brother, rindieron beneficios a un equipo siempre en la pelea, pero acumulador de decepciones finales.
Al respecto, también ha quedado en la memoria rojiblanca la grandeza del navarro homenajeando a la Real Sociedad tras la probablemente más dolorosa final perdida. No tanto por el rival, que también, si no por ser la más asequible tras darse durante una década cabezazos contra el muro del gran Barcelona de Leo Messi. Una de ellas con el añadido sorprendente de tener que ir a jugar la final al Camp Nou.
En esas derrotas se forjó el gran capitán que afloró en 2024, incluida una tarde en la que se le ocurrió salir a celebrar con la gente por la calle la victoria de la Copa más deseada en la historia del Athletic, la que sacó la gabarra a la Ría 40 años después.
Un acto espontáneo que caló en los corazones rojiblancos, como lo hizo después en la celebración ya más institucional. Donde, micrófono en mano, dejó para el futuro algo que ya nunca dejará de cantar la afición de San Mamés: “Este es el famoso Athletic, el famoso Athletic Club; estos son los campeones, Aupa Athletic txapeldun (campéon)”. Y otras canciones más.
Con Muniain de capitán, redondeando su leyenda. De la que se hablará ya más a partir del 30 de junio. La fecha en la que el último “10” rojiblanco ha decidido dar un paso al lado. ¿Hacia dónde? Se desvelará en breve y en Bilbao se le seguirá con devoción.
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