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Por Redacción Abr29,2024

Debates

Por Alejandro Bernal Astorga

El debate es una discusión pública entre dos o más contendientes a un mismo cargo de elección popular, bajo un esquema y mecánica previamente establecidos. Su objetivo debería ser el intercambio de ideas, en un marco de respeto y civilidad entre los participantes.

En los próximos días, tendremos la oportunidad de ver o escuchar debates de las y los candidatos a puestos de elección popular y al fijar una postura sobre quienes participan o la pertinencia de sus propuestas, es útil considerar lo siguiente:

El desempeño de las y los candidatos es planeado; su lenguaje verbal, corporal, vestimenta, exposición y manejo de la información es producto del aleccionamiento de sus estrategas; la actuación prevalece sobre la improvisación para no correr riesgos.

Las estrategias de las y los candidatos se definen por el lugar que ocupan en la contienda. Quien encabeza las preferencias es más conservador(a) y asume menos riesgos, ya que juega a no equivocarse y mantener su ventaja. Quienes van abajo corren riesgos y son más agresivos buscando capitalizar oportunidades o que sus contendientes cometan errores.

En la calidad de quien debate el fondo y la forma deben sumar; tras el fondo se encuentran los argumentos (propuestas bien soportadas en evidencias y con acciones viables) y en la forma, está la capacidad para generar momentos memorables durante el debate (por la capacidad para trasmitir, convencer o evidenciar a un contrincante) y posicionarlos en la mente del votante.

Cuando no hay argumentos las y los candidatos explotan más la forma y basan su participación en un debate en la explotación de sentimientos más que en la razón; mentir, desacreditar sin pruebas a sus oponentes, calumniar, hacer ataques personales infundados, victimizarse o comportarse como mitómanos, es parte de la estrategia y una muestra de la calidad que los caracteriza como personas. 

La dinámica con la que se desarrolla un debate es aprobada por la autoridad electoral y los partidos políticos de manera previa a su realización; aún cuando hay bloques temáticos y preguntas prestablecidas, un candidato o candidata afrontará, rehuirá o hará caso omiso de las preguntas, generando cuestionamientos o respuestas distintas a las planteadas, en función de sus fortalezas o debilidades.

En algunos debates, el listado de promesas es interminable; la prioridad en ese momento es sumar votos y ganar. Cómo lograr lo que se promete o de dónde obtener recursos para financiar las promesas hechas, es secundario. En estos casos, el fin justifica los medios y la repetición de este círculo vicioso genera desconfianza y abstencionismo en el electorado.

Es frecuente que al término de un debate con o sin razón, las y los candidatos se declaren vencedores, pero el electorado tendría que ser el verdadero ganador, en la medida que discierna y haya obtenido información para decidir por quién votar en las próximas elecciones.

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