Por Paula Cabaleiro
El circo, con sus acrobacias, malabares y contorsiones, se ha convertido en una vía de escape para jóvenes colombianos que buscan darle un giro a su vida, oportunidad que hallan en el Centro Juan Bosco Obrero de Bogotá con capacitación en actividades como cocina, contabilidad o artes circenses.
A las faldas de las montañas de Ciudad Bolívar, la localidad más pobre y poblada del sur de Bogotá, se aferra con fuerza una gran carpa de circo en donde todos los días se escuchan risas, música y el rechinar de muelles de camas elásticas, signos de un trabajo callado que busca cambios en una población necesitada.
Allí, tras un disfraz de payaso está Duvan Rojas Ojedo, un joven que se crio en el barrio de Los Tres Reyes, en donde hay “una gran problemática de consumo de sustancias sicoactivas y muchos robos”.
Con vergüenza, el joven admite a EFE que fue ladrón y estuvo en centros de reclusión para menores de edad y más tarde las malas decisiones lo llevaron a la cárcel La Modelo, donde estuvo más de 20 meses.
“Me voy a hacer otra vida”, dijo cuando salió de la cárcel y antes de empezar a hacer malabares con limones y naranjas. Un día, su primo le dijo que se fuera con él para un semáforo en el norte de la ciudad y accedió.
Rojas recuerda que en su primera jornada ganó más de 50 mil pesos (casi 13 dólares), pero durante la pandemia por el coronavirus se lesionó y un compañero le recomendó pintarse la cara de payaso para hacer reír a la gente y lo motivó a apuntarse a la “carpa de Don Bosco”, que tenía una convocatoria abierta.
Una educación accesible
El Centro Juan Bosco Obrero acoge diariamente a más de 600 jóvenes que viven en las colinas de la zona, donde residen cerca de 700 mil personas, muchas de ellas desplazadas por el conflicto armado o que son migrantes de Venezuela o Ecuador.
Es por ello que el rector del centro, el padre Luis Fernando Velandia, explica a EFE que la educación que ofrece “es muy accesible, entre 8 y 10 euros al mes” para las titulaciones, que tienen una duración de 10 meses.
Es el único centro de Bogotá que tiene capacitación circense, un título que homologa a jóvenes los estudios de acrobacia y equilibrismo, a la vez que les enseñan “materias transversales como estudios ambientales, destrezas comunicativas y espiritualidad”.
La idea de la escuela técnica inaugurada en 1998 es sacar a los niños de las calles: “No estamos potenciando el trabajo infantil, preparamos a los jóvenes para que puedan generar recursos cuando sean adultos”, indica.
De la carpa a las calles
Con nervios, pero con emoción, los estudiantes estiran sus músculos y el profesor los organiza en grupos para aprender a saltar desde camas elásticas a colchonetas o practicar equilibrios en una cinta de slackline ajustada entre dos columnas de la carpa.
Reiber Sumoza, al que artísticamente llaman Reiberman, es un venezolano de 29 años que llegó a Colombia hace 4 y se apuntó a la carpa para “salir adelante”.
Entre volteretas sobre una cuerda elástica, Reiberman explica a EFE que durante los fines de semana se ubica entre 2 columnas de una estación de autobuses urbanos de Transmilenio y ofrece su espectáculo a los conductores mientras circulan.
También en los semáforos trabaja Diego Felipe Varón, que añade una reivindicación a la que se suman todos los acróbatas y payasos de la carpa: “La gente cree que los malabaristas y cirqueros son gente drogadicta y limosnera, queremos trascender ese concepto”.
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