Ricardo Rocha II
Por Carlos Ramírez Vuelvas
El año de 1976 fue intenso para Ricardo Rocha: expuso por primera vez en Barcelona, España, y obtuvo Mención en el XV Premio Internacional de dibujo Joan Miró. Además, durante el proceso de reestructuración académica de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, planteó varios de los postulados estéticos que más tarde definieron las características del Grupo Suma, como las premisas de experimentación y búsqueda de referentes artísticos en los espacios públicos de la ciudad, al materializar expresiones plásticas y visuales en bardas, calles y avenidas, reciclando elementos propios del hábitat citadino: llantas, corcholatas, periódicos y otros desechos.
Con ese ecosistema urbano actualizó una premisa artística de la modernidad ya ensayada a mediados del Siglo XIX, con los primeros movimientos de vanguardia europea. Los hechos de la humanidad pueden ser intrascendentes, pero son sublimes en la vida individual. Lo grotesco, lo deforme y lo bizarro, así como lo efímero, lo evanescente y lo virtual, se convirtieron en categorías estéticas, no necesariamente históricas.
Ricardo Rocha y el Grupo Suma trasladaron estas interpretaciones estéticas de la realidad al proyecto “México sociedad anónima. Imágenes crónicas de una ciudad”, que expusieron en 1977 durante la X Bienal de París donde sintetizaron los primeros años de intervenciones artísticas del Taller de Experimentación Visual y Pintura Mural en la Ciudad de México. Por el mismo proyecto, Ricardo Rocha y el Grupo Suma obtuvieron el Premio del Primer Salón de Experimentación del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1979.
De 1976 a 2002, Ricardo Rocha desarrolló 14 exposiciones individuales en museos como el Carrillo Gil, el de Arte de Moderno de la Ciudad de México, de Arte de Querétaro, o el de Arte Contemporáneo de Michoacán; además en galerías como Pecanins, de Arte Mexicano de la Ciudad de México, o Y la Nave Va de Querétaro. Durante su vida, participó en más de medio centenar de exposiciones colectivas, en diversos estados de la República Mexicana y en países como España, Colombia, Salvador, Italia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Francia, Japón, Alemania, Estados Unidos de Norteamérica y Chile. Desde entonces, algunas de sus piezas se encuentran en las colecciones Cartón y Papel, Bancomer, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, el Centro de Arte de Guadalajara, el Museo de Arte de Querétaro, el Museo de Arte Moderno, el Museo Carrillo Gil, la Colección FEMSA de Monterrey y en la Universidad de Austin, Texas.
En 1980 trasladó su residencia al pueblo de Jocotitlán, en la calle Nigromante del Estado de México, probablemente en la búsqueda de una nueva experiencia creativa. Había llegado hasta ahí a finales de los Setenta, impulsado por otro de los proyectos (en esta ocasión fallido) del Grupo Suma: Maíz. Desde entonces comenzó a colaborar eventualmente con algunas instituciones del Estado de México.
En 1988, su obra se integró al libro Doce expresiones plásticas de hoy, editado por los críticos Antonio Rodríguez, Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique, y publicado por Bancreser, donde la obra de Rocha aparece al lado de otros maestros de la plástica mexicana contemporánea, como Joy Laville, Raúl Herrera, Felipe Ehrenberg, Ismael Guardado, Rodolfo Nieto, Myra Landau y Arnaldo Cohen, entre otros.
Un año después, pintó el mural Ventana al Campo en el Palacio Municipal de Jilotepec, en el Estado de México. En 1989, el Instituto Mexiquense de Cultura publicó el catálogo Ventana al campo, que reunió su obra de caballete, óleo y dibujo. Entonces, su producción pictórica descubrió otro paradigma. A pesar de volcarse en un intimismo aún más intenso a lo expuesto en la estridencia de sus primeros trabajos, ahora se ocupó por representar el paisaje rural.
Algunos críticos han advertido que el interés de Rocha por el mundo rural ya se había notado desde sus primeros cuadros, donde representó a algunos campesinos entre las calles tumultuosas de la Ciudad de México. La mirada de Ricardo Rocha puesta sobre el horizonte, se podría interpretar a partir de la siguiente estampa en la que Santiago Espinosa de los Monteros lo recuerda en Jocotitlán: “Ricardo se pasea de un lado a otro de su estudio iluminado por el sol recio de la tarde, mira sus cuadros como si les preguntara cosas, los mira mientras fuma, mientras la ceniza del cigarro cae al suelo sin que se dé cuenta; finalmente, se acerca uno de los lienzos colgados en un muro para cambiarlo de lugar, si acaso recargarlo en la pared, junto con otros cuadros que se dan la espalda, mutuamente”.
A veces, los artistas, para mirar al fondo de sí mismos, miran el horizonte. Su perspectiva del paisaje conserva cierta nostalgia y lejanía, una visión paradojal que se distingue de la mirada figurativa. Rocha dibujó bellísimos paisajes (Raquel Tibol lo considera uno de los paisajistas más originales de la plástica mexicana), de montañas y volcanes, observados desde la perspectiva del marco de una ventana antigua que recuerda las vistas de nuestra provincia (largos hierros forjados, sostenidos por gruesos bloques de adobe), donde se percibe una nostalgia abigarrada que se corresponde con el azul celeste del cielo.
Por este liderazgo conceptual y artístico, Ricardo Rocha fue el primer artista mexicano en formar parte del Sistema Nacional de Creadores en 1989, una de los programas fundamentales del entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Acompañado por esa beca, y por su pareja, Guadalupe Sobarzo, Rocha llegó a Colima en 1990, donde vivió hasta sus últimos días en el 2008.