Centro Histórico CDMX
Por Jorge Vega
El fenómeno de la gentrificación está matando el espíritu del centro histórico de la Ciudad de México. Basta con caminar por sus calles emblemáticas, como la 5 de mayo, para percibir sólo breves llamas donde antes ardía la vida.
La gentrificación de este lugar inició hace varios años, cuando el gran capital o personas con cantidades obscenas de dinero compraron edificios viejos, en un principio para recuperarlo de la gente pobre que lo afeaba (ellos decían que para mejorar la imagen), pero en lo esencial para remodelarlo al gusto internacional y erigir edificios lujosos y tiendas y restaurantes que sólo un turista extranjero puede pagar.
Ahora, aunque todo se ha vuelto más caro, carísimo, aún continúan en sus calles locos violentos y tribus de indigentes pidiendo un taco o una moneda.
Las calles han perdido cierto brillo. Ya no vive en sus casas o vecindades la gente que le dio vida en otros tiempos. Ahora sólo hay turistas del todo el país, de Canadá, de los Estados Unidos y Europa. Muchos de ellos andan trepados en los autobuses de 2 pisos que recorren los puntos históricos de la ciudad, con un sombrero de charro nuevecito, con huaraches apenas usados, coloridos, y buscando divertirse. Mirando sin ver.
La misma Dulcería Celaya, que elabora y vende dulces tradicionales, ha cuadruplicado sus precios. Todo se ha vuelto un mero proceso industrial: te formas, entras, consumes, te tomas la foto y sales. El turismo es como una plaga que va matando lo que toca. La mancha voraz. Para los turistas, la ciudad es sólo un inmenso parque de atracciones.
Por fortuna, el corazón de la ciudad es fuerte. Aún resiste. En el último piso de los edificios históricos remodelados, viven amontonadas familias de gente pobre, de las y los mexicanos a quienes pertenece la ciudad y que ahora trabajan de porteros, dependientes, guardias, cajeros, taxistas o vendedores de Amlitos y Claudias en los puestos del centro.
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