UdeC: sin tiempo para medianías
Por Juan Carlos Yáñez Velazco
La semana anterior el Rector de la Universidad de Colima, Christian Jorge Torres Ortiz, se reunió de manera presencial con el cuerpo directivo de las facultades, y con más de 500 profesores del nivel superior a través de las pantallas. Lo ocurrido amerita reflexiones porque constituye un hito en la institución. Hasta donde mi memoria registra, no hubo otra sesión semejante en más de tres décadas que tengo en ella.
Aunque hubo muchas intervenciones, la central fue del Rector y sólo en ella me detendré. Claro desde el principio, pidió tranquilidad y dejar a un lado teléfonos y otras preocupaciones, para escuchar el discurso que hiló de manera coherente y convincente. Sus conceptos profundos merecen ser escuchados, analizados en las facultades y asumidos con las particularidades de cada contexto.
Describió algunos progresos de la institución, pero también alertó por lo que yo llamo la “estabilización” de la Universidad (él no usó la expresión). En una década, advirtió, la oferta educativa de licenciatura se mantiene sin cambios sustanciales, en otras palabras, no hay carreras novedosas, cuando el mundo se revolucionó con la pandemia y como consecuencia de las transformaciones experimentadas por el desarrollo tecnológico y los graves problemas globales. El rezago no tiene lugar en la materia.
La exigencia es contundente. Debemos reinsertarnos con determinación en el siglo XXI. Pidió evaluaciones rigurosas de la oferta educativa, revisión de situaciones y decisiones firmes donde sea necesario, sin contemplaciones; al mismo tiempo, convocó al compromiso a partir de otra idea esencial: el sentido de trabajar en una universidad. Hace un siglo José Ortega y Gasset, en “Misión de la universidad”, expresó un concepto cardinal: la universidad debe ser el sitio de los mejores, de lo más excelso, no tienen cabida las chabacanerías ni lo insustancial.
En esa línea, el Rector marcó una pauta indiscutible: el trabajo colegiado, transversal, al interior de las facultades, entre facultades y con el entorno. Eso no es opcional, y no entenderlo es necedad. Se debe trabajar en equipo sí o sí, y eso aplica, también, para los cuerpos directivos.
Estos desafíos, aunados a la necesidad de incorporar de manera orgánica las tecnologías de la información y los avances digitales, se agravan con una poderosa presión externa. La recordó el Rector: la gratuidad de la educación superior, reconocida en la Carta Magna durante este sexenio, y un contexto financiero que seguirá siendo (el juicio es mío) austero para las universidades públicas por decisión del Gobierno federal.
Hubo más, pero no quiero extenderme. Fue un hecho académico y político, digámoslo sin temores ni pudores. Porque la universidad es una institución central en las sociedades modernas y cumple un papel político, como la educación, cuya naturaleza ha sido definida por muchos autores, entre ellos, Paulo Freire, que justamente tituló uno de sus libros así: “La naturaleza política de la educación”.
En esta perspectiva, las universidades forman parte de un proyecto de nación, al cual deben servir con el cumplimiento al más alto nivel de sus funciones sustantivas, sin sometimientos ni plegarse a intereses sectarios de ninguna especie. Al mismo tiempo, deben conservar el sentido crítico y autocrítico que es parte de su ADN. Ellas se degradan sin esa actitud rigurosa de examen a sí mismas y frente a las sociedades.
Lo que planteó el doctor Torres Ortiz en poco menos de 20 minutos es un ejercicio de crítica y autocrítica indispensable. Aire fresco para ventilar la atmósfera universitaria. En su diagnóstico quedan expuestas falencias internas, responsabilidades incumplidas, y cada cual ha de asumir su parte, pero la mirada debe ser siempre propositiva, al porvenir sin desdeñar el pasado. Desde la neurociencia, Stanislas Dehaene afirma que la memoria no es un “sistema vuelto hacia el pasado, sino hacia el futuro”.
El Rector tendió la mano para construir una Universidad más sólida. Abrió una puerta para la imaginación y la osadía, para reinventar nuestras facultades y toda la institución. Nadie tiene la verdad absoluta, y eso es extraordinario: la universidad del futuro será producto de lo que hagamos u omitamos quienes hoy ocupamos espacios en ella, en todas sus oficinas y escuelas. La tarea es colectiva. Tomemos la palabra al Rector y apresuremos la marcha al futuro.