En las últimas décadas, la salud mental de las y los jóvenes se ha convertido en un tema central que exige nuestra atención. El crecimiento de los índices de ansiedad, depresión y, tristemente, de suicidios en ese grupo de la población, refleja una realidad que no podemos seguir ignorando.
En el contexto escolar, donde el estrés académico, las presiones sociales y las incertidumbres del futuro se mezclan, es crucial que la comunidad educativa, las familias y la sociedad en general tomen un rol activo en la prevención de ese grave problema.
El suicidio entre jóvenes es una tragedia evitable, pero para combatirlo es necesario romper los tabúes que aún rodean a la salud mental. Hablar sobre los problemas emocionales y psicológicos de manera abierta y sin estigmas debe ser el primer paso. Es alarmante que muchos estudiantes sufran en silencio por miedo al rechazo o a la incomprensión. Es aquí donde los medios de comunicación, las instituciones educativas y los gobiernos tienen una responsabilidad urgente: crear espacios seguros donde los jóvenes puedan expresar sus emociones, dudas y angustias sin ser juzgados.
Todos los planteles deben fortalecer sus programas de apoyo psicológico y garantizar que éstos sean accesibles para todas y todos los estudiantes. No basta con ofrecer servicios esporádicos o superficiales. Se requiere de una infraestructura sólida y personal capacitado que pueda detectar signos tempranos de problemas de salud mental.
Además, la prevención debe ser integral, promoviendo el bienestar emocional en las aulas, pero también fuera de ellas, fomentando una cultura de autocuidado y apoyo mutuo. Sin embargo, no podemos cargar únicamente sobre las instituciones educativas esta responsabilidad.
Las familias deben jugar un papel crucial en ese proceso. Escuchar, sin imponer juicios, y estar presentes en la vida de los hijos e hijas, ofrece un respaldo emocional que puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. El diálogo y la empatía son herramientas poderosas que pueden ayudar a los jóvenes a lidiar con sus problemas y sentir que no están solos.
Es fundamental también que desde las políticas públicas se incremente el apoyo a la salud mental. No podemos permitir que los recortes presupuestales o la falta de recursos limiten los servicios de atención psicológica o psiquiátrica en los sectores más vulnerables de la población. El Estado debe garantizar que la salud mental se trate con la misma seriedad y urgencia que cualquier otra crisis de salud pública. No hay tiempo que perder: hoy es el momento de actuar.