Por Marcial Aviña Iglesias
Ayer mientras comía en la cafetería, entre mil voces que se ahogan por el ansía de ser escuchados, a cada sorbo de esa agua de guayaba con espinaca que, en realidad sabe a agua fresca de hospital, observaba a la chamacada entre sus arrumacos, ese constante flirteo que codicia encontrar como la aguja en el pajar a la pareja ideal, llevo a la boca el trozo del raquítico muslo dizque en pipián que sin sal es como si mordiera un trozo de cartón, reflexiono que la humanidad es una especie vulnerable, algunos de estos jóvenes que tanto quieren demostrar que son sensibles y amorosos, lo más probable es que al ver esa aberración de “reality” conocido como La Casa de los Famosos, en donde el gancho para hacer que el televidente afloje el billete, consiste en que, quienes la habitan hagan la mimesis de denostar exagerados escrúpulos morales, les ocasionen que lo visto a través de la pantalla, sea divertido, haga que elijan a su favorito y, lo peor, lleguen a admirarlo.
Esa misma raza que disfruta con la facilidad en que los habitantes se “dañan”, sin cerciorarse que al mismo tiempo a ellos los están manipulando, pues los hacen creer que con sus aportes económicos tienen el poder para nominar quien se va o se queda, que tienen el control, y en realidad al televidente es a quien controlan, como ustedes saben la deliberación ética se impone porque somos mortales y eso, John de Mol lo sabe bien, al hacerse millonario vendiendo a las compañías televisoras, ese programa que se pirateó de aquella novela de George Orwell llamada “1984”. Termino de comer, busco salir de ese lugar que mixtura aromas entre traspiración humana, frituras y sulibeyantes perjúmenes.
Mientras regreso a la vida godín, deseo para todos nosotros, como aquel ensortijado espantapájaros, un cerebro real con el cual poder pensar y reflexionar, un corazón más sensible y bondadoso como lo solicitaba el hombre de hojalata, aprender a ser valiente, así como el desaliñado león y como Dorothy, que todos cada atardecer podamos regresar a casa sanos y felices, más, el simulado ilusionista de la Ciudad Esmeralda, implanta la siguiente idea:
Reflexionar es un proceso de transformación en nuestra manera de pensar. A medida que vivimos, acumulamos experiencias, leemos diversos libros, exploramos nuevos lugares y conocemos a diferentes personas. Cada una de estas vivencias, ya sean momentos de alegría o de sufrimiento, nos impacta y nos cambia. Por lo tanto, una persona que, a pesar de enfrentar todas estas circunstancias, mantenga inalteradas sus creencias y pensamientos, estaría mostrando una falta de coherencia. La evolución del pensamiento es, en esencia, una respuesta natural a la riqueza de la vida.
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