Vie. Nov 22nd, 2024

COLUMNA: Paracaídas

Por Redacción Ago18,2023 #Opinión

Rogelio Guedea

“UdeC: estudiantes y áreas verdes”

Una universidad sin estudiantes (lo que se puede experimentar fácilmente en temporada de vacaciones) es como un cuerpo con el alma vacía, o con el alma rota, o tal vez simplemente un cuerpo sin alma. Las aulas están ahí, pero carecen de sentido: son ladrillos apilados nada más. Los edificios están ahí, pero carecen de valor: son grandes muros sin oficio ni beneficio. Sin embargo, cuando vuelven los estudiantes, todo aquello recobra su misión primigenia y la razón de ser. A mí, por eso, me gusta salir a caminar el campus central de nuestra máxima casa de estudios, recorriendo los diferentes recovecos de sus espacios, rincones y áreas verdes. Voy caminando como si fuera a un destino fijo, a un paradero donde alguien me estuviera esperando, pero en realidad no voy siendo contemplando (de reojo y a veces en sesgo) a los estudiantes que aprovechan las bancas y las mesas de las áreas verdes para desayunar o conversar con sus compañeros y amigos. Los encargados de las áreas verdes (¡los felicito grandemente!) han tenido el tino de colocar debajo de la sombra de árboles bancas, mesas, etcétera, para que los estudiantes puedan pasar el rato y a mí si algo me fascina es ver todos esos espacios poblados de estudiantes, algunos ocupando las mesas pero otros sentados sobre el césped a la sombra de un árbol, comiendo o conversando, en grupos o en solitario, algarabiosos o circunspectos, uniformados y no, porque hay de todo. Es cuando reconfirmo quiénes son la razón de ser de nuestra universidad y cuán importante es preservar estos espacios para ellos y buscar crear más con el fin de seguir fomentando estos preciosos encuentros. Sigo caminando (mirada en sesgo) y veo estudiantes extrayendo de contenedores pasta a la boloñesa, arroces con huevo, sándwiches de jamón, atún con galletas saladas, otros jugando Uno o damas chinas, algunos más en conciliábulo (no alcanzo a escuchar lo que dicen) o en franca algarabía (contando chistes medio rojos), y luego veo a otros solos, recargados en árboles, contemplando el cielo o lo que sigue del cielo,  y recuerdo cuando yo estudié en la Facultad de Derecho (en el tiempo en que estaba en el campus central) y me llegaba el síndrome del solitario y entonces me iba a un rincón apartado sólo para contemplar el ir y venir de mis compañeros y profesores, sus gestos o muecas a lo lejos, sus conversaciones. Si mi mujer me corriera de mi casa (y de mi humilde biblioteca), yo no dudaría en mudarme a vivir a la universidad, uno de los espacios más plurales y vibrantes que pueden existir sobre la faz de la Tierra. Cuidemos, pues, a nuestra universidad, pero sobre todo cuidemos a nuestros estudiantes, espíritu y corazón de la misma.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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