El último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) pone sobre la mesa una realidad devastadora: más de 1,100 millones de personas en el Mundo, es decir, 1 de cada 8 habitantes del planeta, viven en pobreza aguda. Ese tipo de pobreza no solo se define por la falta de ingresos, sino también por la carencia de acceso a servicios esenciales como vivienda, nutrición, electricidad y educación. Lo más alarmante es que casi la mitad de esos pobres multidimensionales son menores de edad, lo que revela el impacto generacional de ese fenómeno.
El Índice de Pobreza Multidimensional Global (IPM) arroja una luz especialmente dura sobre las zonas en conflicto, donde la pobreza aguda afecta al 34.8% de la población, 3 veces más que en países en paz. Las naciones asoladas por la guerra no solo ven sus economías devastadas, sino que también enfrentan un colapso social que agrava las privaciones básicas de sus ciudadanos. La falta de agua potable, saneamiento, energía y servicios de salud se convierte en una constante de supervivencia diaria para millones de personas.
En esos contextos, la pobreza no es solo una cifra; es un obstáculo para la dignidad y la esperanza de quienes luchan por sobrevivir. La guerra no solo deja cicatrices visibles en los cuerpos de las personas, sino también heridas profundas y duraderas en las estructuras sociales y económicas de los países. Las tensiones bélicas interrumpen los esfuerzos por reducir la pobreza, transformando la lucha diaria por la subsistencia en una batalla mucho más difícil y, en muchos casos, imposible de ganar.
En las zonas de conflicto, las privaciones que enfrenta la población son de 3 a 5 veces más graves que en lugares más pacíficos, lo que demuestra que la guerra no solo destruye infraestructuras, sino también las oportunidades para un futuro mejor.
Ese informe también subraya que la pobreza aguda afecta de manera desproporcionada a las áreas rurales, donde un 28% de la población sufre múltiples privaciones, comparado con el 6.6% en zonas urbanas.
La juventud también es especialmente vulnerable: casi el 28% de los menores de 18 años vive en pobreza, un porcentaje que casi duplica el de los adultos. Estos datos dejan en evidencia que la pobreza no es solo un problema económico, sino una crisis social y ética que exige una respuesta global urgente.
En este tenor, es fundamental que los esfuerzos vayan de la mano con políticas robustas de desarrollo social, inversión en infraestructura y acceso a servicios básicos, especialmente en las zonas más vulnerables del planeta. Combatir la pobreza es un reto gigantesco, pero no imposible.