Por Marcial Aviña Iglesias
Un colega de la chamba me lanzó una pregunta curiosa: “¿Por qué nunca asistes a esos foros nacionales de educación?”. Y ahí estaba yo, buscando una respuesta honesta mientras recordaba mi última aventura en autobús. ¡Vaya experiencia!
Imagina estar atrapado durante más de 6 horas, sentado como sardina en lata, rodeado de compañeros que parecen haber olvidado la importancia del chicle de menta. A veces me pregunto si el autobús tiene un acuerdo secreto con el mal aliento. Y no hablemos del chófer, cuya selección musical podría hacer llorar a cualquier amante de la buena música.
Y luego está el hospedaje… ¡Ay, la vida de huésped! En lugar de un hotel elegante, me encuentro en lugares donde las parejas intercambian más que solo miradas. Si, el destino se presenta como cobrador de tienda departamental, es probable que encuentres habitación, pero… compartida. La idea de compartir cuarto con alguien que parece haber corrido una maratón antes de dormir no es precisamente mi idea de descanso.
Al llegar al evento, la inscripción es como un juego de escondite: “¿Dónde está mi nombre?” Y cuando finalmente lo encuentro, me doy cuenta de que ya hubo una reforma educativa, por lo tanto, el material que voy a presentar, pos… está desactualizado. Pero lo peor es exteriorizar mi ponencia frente a tres personas que parecen estar más interesados en sus teléfonos que en lo que digo, y es cuando me preguntó: “¿A qué tiznados vine?”.
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