Por Marcial Aviña Iglesias
No sé si sea puro alucine de mi parte, pero como que últimamente la gente no camina. En Colima la inmensa minoría de las personas andan en coche, ojo, anda en coche. No porque no quieran o les gane la hueva sino porque las banquetas tienen caries, están minadas cual campo de guerra y corres el riego de pisar heces o un charco de orina de perro, colillas de cigarro, chicles, pegar con alguno de los postes que sembraron los agricultores eléctricos, sin faltar las enormes cajas de registro que ejidatarios telefónicos ahí colocaron, no pueden faltar los promocionales de las tiendas a la mitad, entre otros obstáculos.
Por los camellones, esos pulmones que aún tenemos, ni se pueden utilizar como senderos, pues gracias a la inspiración de cierto alcalde, sembraron arboles a mitad de los camellones sin ninguna clasificación, nada más querían de esos que crecen rápido, así encontramos guamúchil, cóbano, primavera, rosa morada, mango, olivo negro, tabachín, palmas de todo tipo y parotas. Esa “brillante idea”, imagino no inspirada por ímpetus ecológicos sino por la oportunidad de incrementar la cuenta bancaria de alguna familia, se salió de control cuando algunas raíces invadieron el asfalto, haciendo topes que aminoran las altas velocidades con los que circulan los coches de la izquierda, mientras su follaje invade cables de electricidad, de Internet, la fibra óptica y de teléfono.
Entonces cuando vea a su vecina ir a la tiendita de la esquina por los chescos en su coche, que no le cause admiración ni me la tache de floja, piense que casi no hay banquetas ni camellones por donde caminar, además, agréguele, que, si lo hace de día, tiene que soportar las canijas altas temperaturas de nuestra ciudad, y de noche es pior, pues lo más probable es que la mayoría de las lámparas de la colonia no encienden, corriendo el riesgo de darse un porrazo al no ver bien por dónde camina.
Urge que nuestras autoridades generen las condiciones para que las y los aborígenes de La Ciudad de las Palmeras nos desplacemos a Dios dar, posando la planta de los pies sobre las banquetas o camellones sin necesidad de recurrir al coche y desafiar el caótico tránsito.
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