Por Fabio Martínez
En la Odisea, las naves de Ulises, al ser desviadas por el viento del norte, llegan a la isla de los lotófagos, y ahí deciden pernoctar. En la isla, los aborígenes se alimentan de lotos, un poderoso alimento que tiene funciones narcóticas. Ulises y su tripulación deciden quedarse en la isla por unos días, alimentándose de esta planta milagrosa, que les hace olvidar las penas y tribulaciones.
Con la Odisea de Homero se inicia la relación entre literatura y gastronomía, que ha perdurado hasta nuestros días. Luego vendrá esa magnífica obra de François Rabelais, titulada Gargantúa y Pantagruel, donde se narra la historia de dos gigantes glotones que arrasan con el banquete más sofisticado de la corte.
La literatura, que en muchas ocasiones se ha escrito con hambre, para parafrasear a Franz Kafka, ha sido rica y nutrida, llena de olores y sabores.
A propósito de esta temática, me acaba de llegar de México, un libro de la escritora Guillermina Cuevas, titulado Ni el pan ni el amor, publicado por la Universidad de Colima.
Para Guillermina, la historia de la literatura y la cocina no comienza con Homero, sino con Nefertiti, la antigua diosa egipcia, que se alimentaba de berenjenas. En su libro, Nefertiti afirma: “Me alimento de berenjenas para mantenerme ardiente, esperando el momento que vuelvas, amado mío”.
Para la escritora colimense, la cocina está directamente relacionada con el amor y con el deseo ardiente de los enamorados. Como la flor de loto era un extraordinario narcótico para el héroe griego, para la escritora mexicana, la literatura gastronómica es un excelente afrodisíaco.
La literatura, que en muchas ocasiones se ha escrito con hambre, para parafrasear a Franz Kafka, ha sido rica y nutrida, llena de olores y sabores.
Sobre la sandía, Guillermina Cuevas trae a cuento el poema haiku del escritor mexicano José Juan Tablada, que dice: “¡Del verano, roja y fría/ carcajada/, rebanada/de sandía!”.
Sobre la paella, reescribe el poema del escritor español José María Pemán, que comienza así: “¡Oh, insigne sinfonía de todos los colores!”.
La escritora Cuevas recuerda a la historiadora mexicana Sara Sefchovich, con su libro Demasiado amor, donde se describe una rica y variada cartografía de productos agrícolas de las regiones de México: “Fuimos por gusanos a Tlaxcala, por pan de huevo a Huejutla, por manzanas a Zacatlán, por pescado frito a Nautla, por huevos de tortuga a Puerto Escondido, por sopes de frijoles al desierto de los Leones, por tortillas de maíz azul a Ocotlán, por elotes con chile a Valle de Bravo, por tortas de chorizo a Toluca, por langostas a Huatulco y langostinos a Catemaco…”.
En su viaje en busca de las cocinas literarias, la escritora mexicana, junto con su esposo, el médico Julián Ríos, viajaron a Cali, y allí conoció a la cocinera del Pacífico colombiano, Maura de Caldas, quien le dio un recetario sobre las exquisitas bebidas afrodisíacas del Pacífico: la parapicha, el caigamosjuntos, el tumbacatre, la tomaseca y el arrechón.
En el libro, Ni el pan ni el amor, figuran tres grandes artistas pantagruelescos que, durante su vida, cayeron en la gula, el quinto pecado capital: Pablo Neruda, José Lezama Lima y el tenor Luciano Pavarotti.
Neruda, porque en un banquete con poetas famélicos, no solo consumió su comida, sino que, cuando sus platos quedaron limpios, comenzó a comerse los platos de los pobres escritores. Como La Habana pasaba por un período de carestía, Lezama aprovechaba a sus amigos extranjeros para que lo invitaran a los restaurantes más finos de la ciudad. Pavarotti, porque siempre viajaba con una maleta llena de salsas, quesos y embutidos, y una noche se comió dos pollos enteros, estando en plena dieta.
La escritora mexicana Guillermina Cuevas termina su libro con una frase lapidaria: “¡Ni el pan ni el amor deben ser recalentados!”.
¡Buen provecho!
*Texto publicado en el periódico colombiano El Tiempo