Por Ruth Holtz*
Segunda parte:
Una emoción no es algo etéreo, es una reacción fundamentalmente visceral accionada por una percepción emocional y por una evaluación de la situación como amenazante o como invitando a una cierta reacción emocional. Todo este proceso, que inicia con esta evaluación está regido por el proceso de estrés, en el que el cuerpo se prepara para la acción con todos sus recursos, tanto físicos como emocionales y mentales.
Ahora bien, en la vida cotidiana puede haber situaciones que accionen nuestras emociones de muy diversos modos. Pero también somos libres y en ese sentido podemos no ser víctimas de nuestras emociones sino dueños de ellas. El asunto complejo es ¿cómo? Una emoción es algo de por sí espontáneo y podríamos suponer que no es del todo controlable. Y así es hasta un cierto punto si por controlable estamos entendiendo anular lo sentido, ignorarlo, aguantarlo, reprimirlo o hacer grandes esfuerzos para no manifestarlo. Todas estas actitudes en realidad sólo funcionan aparentemente. Las personas que nos rodean acaban dándose cuenta de nuestro verdadero sentir, y nuestra energía emocional acaba por explotar o por desahogarse y por vías inadecuadas, como por ejemplo la somatización. Es decir, emociones no atendidas ni asimiladas, sino sólo reprimidas son absorbidas por el cuerpo, enfermándolo y generando ansiedad, depresión, confusión.
Nuestras emociones somos nosotros mismos en una expresión más primitiva, más básica. En ese sentido es parecido a lidiar con un niño. Un niño es toda emoción, pero no sabe qué le pasa, por qué le pasa, qué va a hacer con lo que le pasa, qué decisiones va a tomar, y cómo negociar lo que desea con su propio entorno con otros deseantes por allí. Es importante por eso conocer cómo se va gestando una emoción, el proceso que sigue, si es accionada por creencias racionales o irracionales. Generalmente un miedo activado por una creencia irracional como por ejemplo que “me van a romper el corazón si me suelto al amor”, impiden que un sentimiento aflore adecuadamente y en su lugar se desata otro. Descubrir esto y entender qué es lo que nuestro interior está pidiendo es parte de lo que llamamos “atender a una emoción”. Escucharla, nombrarla, distinguirla, desmenuzar sus más profundas motivaciones es parte de lo que significa “hacernos caso en lo que sentimos”. Y una vez hecho esto de lo que se trata es de decidir qué hacer con respecto a los demás, expresar o no, pedir lo que deseamos, soltarnos espontáneamente o refrenarnos. Pero eso es posterior. Primero nosotros mismos no nos ignoramos, nos escuchamos a nosotros mismos. Después decidimos cómo expresarlo sin causar conflicto. Esto es especialmente necesario para expresar ira, rabia u otras emociones demasiado avasalladoras del orden social. Por lo demás, el buen hábito de atendernos a nosotros mismos nos volverá espontáneamente expresivos sin generar conflicto. Una terapia ayuda a aprender esto.
* Psicoterapeuta. Teléfonos: 312 330 72 54 / 312 154 19 4 | Correo: biopsico@yahoo.com.mx
Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.