Vie. Dic 5th, 2025

COLUMNA: Pedagogía en voz alta

Por Redacción Oct27,2025 #Opinión

La escuela y el derecho a la calma

Por Joel Nino Jr.

Byung-Chul Han sostiene que habitamos la sociedad del cansancio, una época en que la libertad se confunde con la autoexigencia y el agotamiento se convierte en una forma de sentido de pertenencia, una manera de demostrar que seguimos el ritmo del Mundo. Nadie nos obliga a correr, pero todos sentimos que llegamos tarde.

De manera general, las instituciones educativas han asumido múltiples misiones -instruir, contener, orientar, proteger- hasta el punto de volverse sistemas saturados. Las aulas cargan con la expectativa de resolver problemas de toda índole, muchos de ellos ajenos a su naturaleza pedagógica. En ese exceso de tareas y demandas, la escuela corre el riesgo de transformarse en un entorno que profundice el malestar que pretende aliviar. La cultura de la evaluación exhaustiva, el culto al rendimiento y la presión por la excelencia parecen haber sustituido el gozo del aprendizaje por la angustia del resultado.

La escuela, reflejo y refugio de esta época, no escapa a esa fiebre de rendimiento. Entre calendarios, indicadores y acreditaciones, parece olvidar que el aprendizaje también necesita pausa y sosiego. Tal vez una de sus misiones más urgentes sea recuperar el derecho a la calma, a enseñar que no todo lo valioso se mide y que el descanso constituye la condición esencial para que el aprendizaje florezca. La escuela debe reivindicar el tiempo como recurso pedagógico; la pausa permite mirar, escuchar y comprender. Defender la calma es defender la posibilidad de que el conocimiento madure, no solo se consuma.

Recuperar el derecho a la calma no es una consigna utópica, sino un acto de restauración pedagógica. En un tiempo dominado por la prisa y la comparación, defender la calma es defender la posibilidad de pensar, de sentir, de aprender. La escuela del futuro será aquella que enseñe a vivir sin agotarse, que reemplace la competencia por el encuentro y que recuerde que el conocimiento florece solo donde hay tiempo para respirar.

Esta reflexión no parte del romanticismo pedagógico ni del idealismo escolar.

Sabemos que la escuela actual es también producto de un sistema que exige resultados, indicadores y evidencias; es un asunto estructural que afecta y define al sistema educativo nacional. Sería omiso desconocer que las instituciones deben responder a marcos normativos, a políticas públicas y a expectativas sociales que condicionan su quehacer. Sin embargo, reconocer esa realidad no impide mirar lo que ocurre dentro: el cansancio, la sobrecarga, la pérdida de sentido que atraviesa a quienes enseñan y aprenden.

Reconocer esa dimensión estructural no debe llevarnos a la resignación, sino a la reflexión más amplia sobre las condiciones que hacen posible una vida escolar saludable. Si el sistema exige productividad, la escuela debe complementar con equilibrio, esto es, administrando su tiempo, priorizando lo esencial y resguardando el sentido pedagógico de cada acción.

Visibilizar el desgaste no basta; la calma también se construye desde las prácticas cotidianas. Desde el ámbito estudiantil, implica aprender a gestionar el tiempo y sus ritmos con sentido, reconocer que el descanso, la conversación y la curiosidad también son formas de aprendizaje. Desde la docencia, significa enseñar sin acelerar, cuidar los procesos tanto como los resultados y defender espacios donde el conocimiento pueda madurar sin prisa. Desde la gestión directiva, supone diseñar entornos institucionales acordes a los ritmos humanos, equilibrando las exigencias administrativas con las necesidades reales de las comunidades escolares.

Cuidar a la escuela -sus tiempos, sus procesos, sus equilibrios- es cuidar la posibilidad de lo común en una época que privilegia lo inmediato y lo individual. La serenidad institucional es lucidez, la conciencia de que ninguna transformación profunda, personal e institucional, puede nacer del agotamiento.

*“Pedagogía en voz alta” es una columna de la Facultad de Pedagogía. El autor, además de secretario general de la Universidad, es profesor de dicha facultad.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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