La vida está volviendo lentamente al “distrito fantasma” de Saltivka Norte, la zona residencial más destruida de Járkiv (este de Ucrania), aunque la mayoría de los apartamentos siguen vacíos, ya que muchos residentes locales batallan con reparar los devastadores daños y curar las heridas psicológicas de los ataques rusos.
Un colorido patio de juegos contrasta con los restos quemados de un edificio de 16 pisos detrás de él. Aunque parece que no lo tocó la inmensa explosión, causada por una bomba de aviación soltada sobre el edificio, está vacío. Como lo está gran parte de este distrito del norte de la ciudad que solía estar densamente poblado.
Algunas personas están junto al edificio de apartamentos de la calle Natalia Uzhviy y miran cómo unos trabajadores colocan protecciones de madera donde antes había ventanas.
Una de ellos, Natalia Shisterenko, de 62 años, todavía recuerda claramente la hora, las 4 y 20 de la madrugada, cuando se despertó por el estruendo de las explosiones, hace casi 18 meses.
Como su apartamento estaba en lo más alto, en el piso 16 de un edificio que está al borde mismo del distrito, pudo ver múltiples explosiones al tiempo que las tropas rusas avanzaban hacia la ciudad, que está solo a treinta kilómetros de la frontera.
Todo el edificio tembló y Natalia se marchó ese mismo día. Dejó comida en el frigorífico y casi todas sus pertenencias, pues esperaba regresar pronto. Volvió solo un año después.
Desde entonces se restauró el servicio eléctrico y se sustituyeron las cañerías. Todavía hace falta poner nuevos radiadores porque los viejos reventaron por el frío el invierno pasado. No se sabe si la calefacción central va a funcionar.
“No tengo tiempo para esperar”, se lamenta su vecina, Olena, de 77 años. “Destruyeron nuestras vidas, todo por lo que trabajamos durante tanto tiempo”, dice mientras Natalia trata de consolarla.
Olena estaba en el piso cuando la onda explosiva rompió las ventanas. Todavía se pueden ver en las paredes los fragmentos de vidrio y los agujeros de los proyectiles.
Sin ventanas ni calefacción no puede vivir ahí y se queda en un pueblo a unos 70 kilómetros de su casa. Espera que el apartamento no sufra más daños durante el invierno y poder volver el año que viene.
Ambas mujeres todavía se están recuperando del trauma de esconderse de la aviación rusa en un frío y oscuro refugio antiaéreo.
“Muchos otros lo tienen incluso peor”, dice Natalia, quien señala los edificios que probablemente nunca van a ser reparados. En uno de ellos las paredes están abombadas por la presión de los pisos derrumbados. Se puede ver un sofá colgando de una ventana.
Aunque la mayoría de las ventanas están tapadas con planchas de madera para proteger a los apartamentos de los elementos, muchas están abiertas y no se sabe de sus moradores.
Incluso en edificios mejor conservados, pisos o apartamentos enteros están a menudo calcinados por los fuegos que los destruyeron cuando los rusos bombardearon la zona.
Kostiantyn muestra el piso de 3 habitaciones que compró su hijo y que renovó solo meses antes del ataque. “Está reuniendo dinero pero costaría una fortuna poder hacerlo habitable de nuevo”.
Olena y Natalia, que están retiradas, como muchos de los residentes, no pueden permitirse renovar sus apartamentos sin ayuda del Estado o de patrocinadores. Hay una sensación de frustración porque siguen sin cumplirse algunas promesas de las autoridades locales, que dan como explicación la falta de dinero.
Pero nadie olvida quién es el culpable de su sufrimiento.
“No creo que nunca vayamos a poder hablar con los rusos”, dice Natalia.
“Si es que lo sienten tanto, que vengan a enterrar a nuestros muertos, reparar nuestras casas destruidas y alimentar a nuestros hijos”, dice a EFE.
Llueve cuando las 2 dejan sus pisos sin calefacción. Todavía hay esperanza en sus voces cuando Olena dice: “esperamos volver a vernos en un Járkiv en paz”.