Un martes que parece lunes
Por Carlos Ramírez Vuelvas
El pasado martes que parecía lunes nos levantamos malhumorados, temprano, con las legañas de un sueño largo pegadas a los párpados, con la cruel nostalgia de tres días ligeros como caminar sobre el pasto recién cortado, ligeros y amables como el té que nos tomamos en la noche después de una jornada larga.
Yo me desperté pensando que el lunes que parecía domingo, la Estación Espacial Internacional cruzó el cielo de la noche de Colima. A las 7:15 de la tarde se avizoró un punto luminoso hacia Comala, unos minutos después centelló sobre Catedral y seis minutos más tarde se perdió entre el Cerro de La Cumbre.
Desde el cielo hemos de ser un pequeño tizón encendido en medio de la nada. Ojalá seamos al menos un tizón alegre, una brasa viva que recuerde a los astronautas una de esas noches de invierno frente a la fogata, con un bombón quemado y el estallido hilarante de la risa de los abuelos o de los amigos, o la memoria del humo de una taza de canela o de café, frente a la misma fogata, contando historias largas, sin sentido.
En casa, el lunes que parecía domingo vimos la serie “Balenciaga” (Star+), y recordamos que somos hologramas desde que Charles Baudelaire definió las emociones de la Modernidad, emociones que luego interpretó Walter Benjamin. Los vestidos, el maquillaje, las expresiones urbanas, son maneras que las personas inventaron para ser, en sí mismas, la imagen de una obra de arte.
Charles Baudelaire leído por Walter Benjamin creía que en la crisis de la Modernidad, las personas serían la pura sensación de la imagen, algo como lo que sucede en nuestras virtuales redes sociales, un aparador de proyecciones de nuestros deseos, de lo que deseamos ser, de lo que deseamos que sean los otros, de lo que deseamos que los otros vean en nosotros. La pantalla es el aparador posmoderno donde a falta de maniquíes, se exhiben imágenes que parecen personas, donde la pantalla nos condiciona a comportarnos como maniquíes.
Pero la fiesta del lunes que parecía domingo comenzó el sábado que parecía viernes, cuando los amigos festejaron con paellas, que es el pozole de Madrid, para recordar los números de oro de nuestros padres cuando cumplen años, y también festejaron con pozole, que es la paella de Colima, para recordar que los hijos son buenos y suman experiencias en los días vividos.
Como bueno es el maíz con el que cocinaron los tamales con los que todavía festejamos el Día de la Candelaria, aunque fuera un domingo que parecía sábado, aunque el 2 de febrero sucedió un viernes que parecía jueves: un viernes chiquito, la antesala de este fin de semana que se prolongó 24 horas más, como 24 carcajadas para celebrar que aun seguimos vivos.
Y ahora es un martes que parece lunes. Lento, en su confuso andar, ya viene el sol a punto de dormirse más allá de la última serranía del sur. Y lo espera el mar, que siempre, todos los días de la semana, anuncia, exacto, el tiempo en sus marejadas. Y el punto final de este día impreciso como un texto escrito de prisa. Ya se esconde el sol y mañana, en el ombligo de la semana, vendrá el jueves con su sonsonete de viernes chiquito para anunciar otra vez la alegría de un fin de semana, que siempre es el oasis perfecto para mirar estos días que pasan.