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Por Carlos Ramírez Vuelvas
Con una felicitación para Petronilo Vázquez Vuelvas,
nuevo cronista del municipio de Villa de Álvarez
Fui a los toros y el señor del saco amarillo, boina café y camisa blanca, no vio los toros. Todo el tiempo observó el desfile de personas, puso mucha atención en el político viejo que hablaba con afecto con el político joven, apuesto y muy fornido, que siempre recordaba anécdotas del gimnasio: que si van mujeres que aspiran a un puesto, que si ahora los puestos son de las mujeres, que si los hombres se han quedado sin partido político que los defienda.
Fui a los toros y el juez de plaza, ufano de Villa de Álvarez, atesoró orejas, rabo y ruedo con arrastre lento, para otra ocasión. Siempre habrá una mejor ocasión cuando de guardar se trate: el dinero, la dignidad o la res, dirán los villanos. Pero el juez no otorgó ningún premio, ni siquiera cuando la alcaldesa lo volteó a ver, pensando, si el Cabildo hará los ajustes convenientes para las próximas fiestas.
Al principio una embestida pobre de riñones del herraje de Fernando de la Mora, aunque, en general, muy bien sus astados, de buen peso y valientes.
Toros a los que fui a ver, pero me entretuve en el postureo de nuestros cronistas taurinos, que cuando no son cronistas conducen, a veces un taxi, a veces una estación de radio. Versátiles en los oficios, cornivueltos con la pluma, casi no los vi tomar notas, pero sí botellas: las de trago de mezcal se las bajaban con guayabilla y sal, y las de whisky con sonora carcajada al lado de un hombre de saco amarillo, boina café y camisa blanca.
Y ya la tarde pardeaba decorada por nubes gordas como si fuera agosto, y las señoras emperifolladas sonaban charms en sus pulseras Pandora, y soltaban otra de esas carcajadas que parecían indiscretas, pero que estaban a tono con los maridos que gritaban: “¡Estos de la Villa les pesa hasta gastar en la banda! ¡Más música, más música!”.
Apoltronados en su sitio dentro de esta sociedad artesanal que es La Petatera, también estaban los que fueron a los toros para protestar porque no les gustan los toros, por la defensa de los animales, por los derechos de tercera generación y por las tiendas Petco tan modernas. Y apoltronados igual, los que sí les gustan los toros por la mística, por la tradición y porque a la salida piden dos órdenes de sopitos, regulares, con mucha cebolla y poca col.
Pero la banda tocaba el son del Camino Real y la Petatera bailaba, recordándonos a unos el toro de once, recordándoles a otros algún perfume de gardenias, rutas del malquerer y el buen vivir, y ánimo compadre, y le sirvo otro trago comadre, que ya viene San Román, que bien venga y le ayude su santo, porque parece el triunfador de la tarde.
¿Y el hijo de Pablo Hermoso? Nomás trae el apelativo ¿Y Joselito Adame? Mucho ha de extrañar a los niños toreros con los que se crió, y mucho querrá olvidar al juez de plaza esta tarde, que, como buen villano, también le quedó debiendo una oreja bien ganada por un estoque puesto con maestría. Porque la muerte, aunque sea la última, es una de las suertes magistrales del toreo.
¡Cuánto “postureo” en los toros! De verdad que fui a los toros con ganas de ver las corridas, pero entre tanta ganta y tanta bulla y tanta tarde de invierno que parece otoño, con sus vientos intempestivos y su sensación de lluvia, lo último en lo que uno piensa cuando va a los toros, es en ver una buena corrida… ¡Y olé!
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