Por Laia Mataix Gómez
El éxito mundial le llegó a la escritora española Irene Vallejo de imprevisto con la publicación del premiado ensayo El infinito en un junco, que “no parecía destinado a recibir esa acogida y hospitalidad generosa”, algo que interpreta como una prueba de que “los libros todavía tienen mucho que decir” y alimenta su “optimismo incombustible” sobre el mundo literario.
Vallejo (Zaragoza, 1979), una de las protagonistas de la Feria del Libro Internacional de Bogotá (FILBo) donde pronunció el discurso inaugural, describe en una entrevista con EFE su éxito: “Ha sido la gran sorpresa y el descubrimiento inesperado que me han regalado mis libros”.
“Nunca pensé ni remotamente que ese libro que yo escribía cuando salía del hospital donde estaba ingresado mi hijo, que nació con graves problemas de salud, ese libro excéntrico e insensato, contra todas las recomendaciones del mercado” fuera el fenómeno en el que se convirtió, pero es un mensaje de que, en la sociedad de las pantallas, los libros “son un contrapeso en muchos sentidos”, dice.
“Cuando yo lo escribía, estaba muy convencida de que mi pasión por la lectura era una excentricidad, que ya quedábamos pocos y muy contados de este tipo de lectores impenitentes, emboscados, y me habían convencido de este discurso apocalíptico del fin de la lectura”, pero la pasión por El infinito en un junco ha sido “una hermosa demostración de lo equivocadas esas predicciones”, añade.
Vallejo no abandona su optimismo, asegura que “hay motivos”, especialmente “en momentos convulsos y de desconcierto en los que la realidad resulta confusa y desconcertante” ya que resurge “un especial apetito por entender qué nos está pasando, de dónde venimos, qué nos ha traído hasta aquí”.
Los libros en la selva
Vallejo llegó a Colombia a principios de semana para viajar al selvático departamento del Chocó de la mano de la también escritora Velia Vida, quien en su tierra natal tiene un programa de promoción de la lectura.
“En un territorio al que habitualmente no llegan los libros y no hay mucho acceso a la cultura, ella realmente armó una red de promotores y mediadores, lleva libros en los motetes”, unos cestos con mandarinas y obras para repartir en escuelas y hogares.
Esta experiencia, rememora Vallejo, tiene una estrecha relación con la historia de El infinito en un junco: “Ahí es donde toma cuerpo y rostro humano, quería ver este laboratorio y este experimento de cómo impacta en la vida de esos niños el contacto con los libros y la posibilidad de escribir”.
“Los niños prepararon presentaciones, escenificaciones teatralizadas, compusieron sus propios poemas y variaciones sobre el libro y eso me emocionó porque nunca habría pensado que lo que yo escribiera pudiera atravesar océanos y llegar a las orillas del río Atrato”, cuenta Vallejo.
En el viaje a Quibdó, capital del Chocó, y un recorrido por el río Quito Vallejo vio como “los libros forjan comunidades y acercan a las personas”, encontró “una razón para la esperanza que los niños hablen con naturalidad de los libros y la escritura (…) que ya no sientan que los libros son ajenos a ellos”.
En ese sentido, recalca esa sensibilidad “hacia todo lo que no ocupa un espacio de centralidad, los lugares donde los libros tienen más dificultades para llegar, las bibliotecas más recónditas, las librerías y editoriales independientes”, donde realmente se vive ahora la aventura de El infinito en un junco.
Una exploradora innata
Si algo caracteriza la escritura y la obra de Vallejo, además de rendir homenaje a personajes e historias del pasado, es la exploración y experimentación; novelas de ideas cercanas al ensayo y ensayos muy narrativos.
“Me gusta explorar los terrenos fronterizos (…) me gusta sorprender a los lectores haciendo algo que no es exactamente lo que esperarían”, dice la escritora, que ya tiene en el horno otro “experimento híbrido entre géneros”.
Vallejo acaba su visita a Colombia con el abrazo de sus lectores y con un libro de Arnoldo Palacios, Las estrellas son negras, en su mesita de noche.
Y aunque le encantaría viajar al pasado y codearse con los protagonistas de sus obras, tiene claro que sería con billete de vuelta porque todas sus pasiones, como la escritura y la lectura, “hubieran sido muy difíciles de practicar en otra época para una mujer”.
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