En las próximas elecciones del 2 de junio, muchos jóvenes de nuestra comunidad universitaria, y más allá, tendrán la oportunidad de desempeñar un rol fundamental en la consolidación de nuestra democracia.
A aquellos y aquellas que han sido seleccionados por el INE mediante el proceso de insaculación para ser funcionarios de casilla, les espera no solo una gran responsabilidad, sino también una oportunidad única de contribuir directamente al proceso electoral.
Ser funcionario de casilla es mucho más que pasar un largo día supervisando votaciones. Es participar activamente en un proceso que define el futuro inmediato y a largo plazo de nuestro país. La presencia de jóvenes en ese rol es especialmente significativa, porque refleja el compromiso de una generación que está cada vez más informada, conectada y lista para influir en los caminos que tomará nuestra nación.
La participación de las y los jóvenes en esos roles es crucial por varias razones. Primero, contribuye a la transparencia y legitimidad de las elecciones. Las y los funcionarios de casilla son los garantes de que las elecciones se lleven a cabo de manera justa y conforme a la ley. Al ocupar esos puestos, las y los jóvenes no solo aportan su energía y capacidad de adaptación, sino que también llevan consigo una perspectiva fresca y un compromiso genuino con la justicia y la equidad.
Además, esa experiencia proporciona una educación cívica en tiempo real. No hay mejor forma de entender los mecanismos de nuestra democracia que participando directamente en ellos. Los conocimientos y habilidades que se adquieren en ese proceso son invaluables y pueden aplicarse en muchos otros aspectos de la vida personal y profesional.
Finalmente, la participación en esas tareas democráticas fomenta un sentimiento de pertenencia y poder personal. En un momento en que muchos jóvenes pueden sentirse desilusionados o distantes de los procesos políticos, ser parte puede reforzar la creencia en la capacidad de influencia individual y colectiva en nuestra sociedad.