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COLUMNA: Especulario

PorRedacción

May 7, 2024 #Opinión

Extimidad

Por Antar Martínez-Guzmán

antar_martinez@ucol.mx

Desayunar, ir al trabajo, casarse, llorar por un corazón roto, iniciar una relación, dar a luz, enfrentar el duelo, ir de compras, ver una peli, ejercitarse, saborear un pastel de chocolate, salir de fiesta, abordar un avión, enfermar, brindar con la familia, echarse un clavado a la alberca, pasear al perro, disfrutar las vacaciones y padecer la rutina, son todas cosas que hoy por hoy se publican en los escaparates de las redes sociales digitales. La vida cotidiana transcurre entre pantallas que permanentemente vomitan información sobre la vida personal de multitudes. Hace poco más de 10 años, antes del actual auge de las plataformas digitales y de la invención de Instagram y Tiktok, la antropóloga y comunicóloga Paula Sibilia ya formulaba este fenómeno de la siguiente manera: la vida íntima se ha transformado en un espectáculo. Desde entonces, su aseveración no ha hecho más que acumular evidencia confirmatoria.

Voces celebratorias o alarmadas han advertido esta condición ahora ordinaria. Sesudos análisis filosóficos y sociológicos han discutido en distintos grados de filia o fobia este nuevo escenario social donde los individuos se ven constantemente incitados a publicar los aspectos más superficiales de sus vidas, lo mismo que sus experiencias más profundas y significativas, ante un público amplio y a menudo indiferenciado. Lo cierto es que, de entre las muchas aristas a discutir, este escenario nos muestra una vez más la intrincada relación entre tecnología y subjetividad. La forma en que construimos nuestra identidad, la dirección y la intensidad de nuestros deseos, la dinámica de nuestras relaciones, la búsqueda de reconocimiento o prestigio, e incluso la caída en desgracia social, ahora se encuentran en buena medida embrolladas con el diseño de plataformas, la capacidad de conectividad, los algoritmos y todo tipo soportes telecomunicacionales.

Los medios no sólo permiten comunicar la experiencia, sino que también la moldean, otorgándole posibilidades y significados. Así, por ejemplo, los medios de comunicación masiva tradicionales, como la radio y la televisión, funcionaban con la lógica del broadcasting; una entidad emisora transmite de manera unidireccional hacia muchas receptoras. Sistemas de comunicación como el teléfono, permitían la interacción sincrónica y bidireccional, pero en un formato de uno a uno. Las redes digitales redefinen la topografía de la comunicación, transformando radicalmente las formas de interacción y sociabilidad: un formato de muchos a muchos y en diferentes escalas temporales, de modo que terminan por inundar el transcurso de los días.

Estas nuevas condiciones mediáticas, en conjunto con factores políticos y culturales, propician una sociedad de la exposición y el exhibicionismo. Nos asomamos indiscretamente a la vida todo mundo y al mismo tiempo nos exhibimos como en una habitación de cristal. La entidad receptora del tradicional esquema de la comunicación tiende a tomar la forma de público, una masa de miradas que la emisora no tienen claramente definidas; una audiencia un tanto difusa, pero que responde activamente a las emisiones, estimulando la necesidad o el deseo de seguir publicándose.

Una vía posible de forma de entender este fenómeno se encuentra en la noción de “extimidad”.

El término, que resulta de la alteración de la palabra in-timidad al conjugarla con ex-terioridad, fue acuñado inicialmente por el psicoanalista Jacques Lacan para describir ciertos procesos de la constitución psíquica del sujeto (siempre habitado por el afuera, aún en lo más íntimo). Más tarde fue reinterpretado para leer este nuevo paisaje de exposición masiva y voluntaria de lo que antes era considerado íntimo y digno de proteger del alcance del ojo público.

La intimidad es un espacio que refiere a una vida interior resguardada, a un homo psycholigicus que reserva su mesurada exposición a ciertos dispositivos confesionales modernos bien delimitados: el diario personal, unas cuantas amistades confidentes, la psicoterapia. En contraste, la extimidad proyecta hacia afuera ese ámbito otrora interno, como externalizando los intestinos de las vidas personales. En un contexto definido por las mediaciones digitales, la exposición de lo privado deja de ser una mera expresión espontánea de desahogo emocional, para convertirse en un mecanismo de construcción identitaria, donde la intimidad exhibida puede funcionar como moneda de cambio para la validación social.

Este fenómeno, resumido por Sibilia y otras autoras con la noción de extimidad, redefine uno de los principios fundamentales de la modernidad: la clara distinción entre lo público y lo privado. Para el capitalismo industrial y las sociedades liberales modernas, esta división -aunque idealizada- ha sido una guía fundamental para regular las prácticas y relaciones sociales. En ellas, se confinaban al ámbito de lo privado los gestos, deseos, devaneos e itinerarios considerados propios y singulares; códigos de vida circunscritos a una esfera reservada, representada por el espacio doméstico, la habitación propia, los pensamientos privados. El espacio personal se entendía como un lugar de mayor libertad, protegido del escrutinio público, la vigilancia estatal o los juicios de la moral dominante. Por tanto, se defendía con recelo de miradas ajenas e intrusivas. Por su parte, el poder dominante tenía la obsesión de espiar y entrometerse en esos huecos de intimidad por todos los medios posibles; buscaba dar caza, siempre con una eficiencia limitada, a lo que hacían los individuos es sus esferas más personales.

En las sociedades actuales -a veces rotuladas como post o hiper modernas- la frontera entre lo público y lo privado tiende a desdibujarse, se vuelve borrosa e incierta. Con la asistencia de las tecnologías y las redes sociales digitales se crean espacios que son simultáneamente públicos y privados. Los individuos comparten aspectos de su vida personal con una red extendida que incluye tanto a conocidos como a extraños. La información compartida se torna en datos que quedan en manos de las corporaciones propietarias de las plataformas y son administrados como materia prima para fines sociopolíticos y comerciales.

La audiencia virtual de ojos multitudinarios ante la cual la intimidad es expuesta funciona también como un aparato de vigilancia, ahora revestida de popularidad y prestigio social. Ya no es necesario que el poder o las instituciones inventen intrincados mecanismos para espiar, vigilar y controlar lo que hacen las personas en sus espacios personales (a la manera de la distopía orwelliana del big brother); ahora son los propios individuos quienes están dispuestos a mostrar su vida a la luz pública y a dejar registros distribuidos de sus haceres y sentires. Las tecnologías digitales establecen una gramática social de voyeurismo y exhibicionismo donde esa exposición y vigilancia entrecruzada se experimentan como deseables; nos publicamos esperando que nos escudriñen, buscamos entrar a ese espacio de stalkeo recíproco y chisme electrónico que, al mismo tiempo que nos cautiva, nos mantiene cautivos.  

La espectacularización de la intimidad evidencia una importante mutación en las subjetividades contemporáneas; una transformación compleja y en pleno desarrollo, llena de matices y aristas que no es posible resumir en una diagnóstico simple y general, pero que ya nos advierte sobre los efectos que puede tener en la sociabilidad cotidiana y en las formas de construcción del yo. Para Sibilia, uno de los principales efectos de la extimidad es que tiende a generar identidades y personalidades marcadamente alter-dirigidas: orientadas a satisfacer a las miradas ajenas, diseñadas principalmente para funcionar en el juego de la popularidad y el espectáculo social.

La tendencia compulsiva a hacerse visible, publicarse, mostrarse, narrarse ante los demás en las redes digitales enfatiza este rasgo hasta un nivel insólito. Al gestionar su presencia en entornos digitales, los individuos se ven incitados a divulgar su vida íntima pero también a gestionar meticulosamente la forma en que desean ser percibidos ante la audiencia virtual. La exhibición permanente estimula una cuidadosa curación del yo; fragmentos escrupulosamente seleccionados para proyectar una versión consumible de la identidad, pensada desde su origen para ser juzgada y valorada como forma de capital social.

Uno de los ejemplos más claros de esto lo encontramos en la popularizada máxima “tú eres tu propia marca”, un discurso cultural proliferante que sugiere que cada individuo debería considerarse a sí mismo como un producto o una entidad empresarial que debe ser gestionada, promovida y vendida en el mercado de la atención. En este contexto, las formas de control social tienden a interiorizarse, los individuos internalizan la necesidad de mostrarse y, al hacerlo, se autoexaminan y autocensuran para cumplir con los estándares de exposición que rigen en la esfera digital.

Ante un panorama como este, surgen múltiples interrogantes y líneas de reflexión psicosocial. Por ejemplo: ¿Puede encontrarse en este mandato de exhibición una nueva fuente de valor o veridicción para lo que hacemos en nuestra vida cotidiana?, ¿Para qué viajar, hacer ejercicio, luchar por una justa causa social, si no se presume en redes sociales?, ¿Acaso el propósito o el placer de las acciones se ha trasladado a su publicación mediática, donde la recompensa o el sentido de las mismas viene dada en la forma de likes?, ¿Transitamos a una lógica donde las cosas que hacemos, pensamos o sentimos, adquieren valor en la medida en que son expuestas?

Antes de apresurarnos a adoptar posiciones definitivas, ya sean alarmistas o esperanzadoras, a encasillar la discusión en el esquema de filias y fobias, o -como advertía Humberto Eco hace ya varias décadas- a dividirnos rápidamente en “apocalípticos o integrados”, conviene mantener una mirada expectante y crítica sobre la forma en que esta compleja trama de exposición y ocultamiento deviene y va reconfigurando nuestros paradigmas de interacción social; rastrear en los medios y tecnologías que creamos y en las que nos recreamos, las huellas de nuestra íntima subjetividad.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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