Depresión: la enfermedad mental de la modernidad
Por Humberto Cruzblanca Hernández*
La depresión mayor es un síndrome afectivo que provoca discapacidad en el contexto escolar, laboral y social. A nivel global la prevalencia de por vida se ubica entre el 15-18% y en México la depresión mayor es ya un problema de salud pública a nivel de la obesidad, diabetes e hipertensión arterial. La depresión mayor se caracteriza por episodios recurrentes en donde la persona manifiesta tristeza profunda acompañada de desesperanza o baja autoestima, y en caso extremo hay ideación suicida.
Pero también el paciente vive con déficit cognitivo que consiste en baja motivación, dificultad para tomar decisiones, baja capacidad de atención y de recordar; además hay alteraciones en el apetito, sueño y la percepción del placer. Imágenes del cerebro de pacientes con depresión mayor y análisis celular post-mortem revelan menor espesor de la corteza prefrontal, la región del lóbulo frontal que define la personalidad; a nivel celular se observa atrofia neuronal. ¿Qué factores favorecen estos cambios estructurales? Aquí me enfoco en dos factores que propicia el actual estilo de vida: el estrés crónico y la obesidad.
Uno de los sistemas fisiológicos que se activan cuando enfrentamos una condición que pone en riesgo nuestra integridad física o psicológica es el eje neuroendocrino hipotálamo-pituitaria-corteza adrenal (eje HPA), cuyo efector final es el cortisol (hormona relacionada con el estrés); este mensajero endocrino aumenta la cognición, entre otros efectos en el resto del organismo. Sin embargo, cuando el estrés se vuelve crónico, el eje HPA se desregula y esto provoca un aumento sostenido del cortisol plasmático, que en el cerebro ahora ejerce efectos perniciosos, uno de ellos es producir atrofia neuronal y consecuentemente la reducción del número de contactos entre las neuronas; algo así como el resultado de podar un árbol. Una consecuencia de lo anterior es que el estrés crónico altera la conectividad (el cableado) entre distintas áreas corticales. Hay suficiente evidencia que la obesidad también produce atrofia neuronal por conducto de la activación de la microglía y las interleucinas pro-inflamatorias que esta estirpe celular sintetiza y libera en la vecindad de las neuronas.
Para establecer el vínculo entre el estrés crónico y la obesidad con la depresión mayor es necesario hablar brevemente de las redes neuronales de conectividad funcional intrínseca (RCFI) que residen y/o convergen en la corteza prefrontal. La primera en identificarse fue la red por “default” (RD), la cual se revela en el escáner de resonancia magnética cuando el individuo está despierto, con los ojos cerrados, sin moverse y sin ejecutar alguna tarea; se atribuye a la RD funciones introspectivas como la memoria episódica, la valoración subjetiva del yo o la visualización de la vida futura.
En contraste la red fronto-temporal (RFT) es responsable de las funciones cognitivas superiores como la planeación, la toma de decisiones, el control de la memoria y la atención, y la regulación de las emociones. Otra RCFI es la red de “relevancia” (RR) cuya función es identificar eventos biológica y cognitivamente relevantes; también hay evidencia que la RR actúa como “interruptor”, desactivando a la RD, cuando la cognición es ejecutiva (por ejemplo, resolver un problema o cruzar una avenida) o potenciando la actividad de la RD cuando la cognición es introspectiva (autoreflexión). Pues bien, los pacientes depresivos muestran consistentemente los siguientes cambios: 1) mayor actividad de la RD, respecto a las personas sanas; 2) cuando al paciente se le demanda la ejecución de una tarea, la RR es incapaz de desactivar al RD; 3) la RD tiene mayor conectividad con la RA; 4) la RFT tiene menor actividad, respecto a los sujetos sanos.
En conclusión, en la depresión mayor (trastorno mental) la mente se encuentra inevitablemente orientada a una condición auto-referencial negativa, es decir, una mente atribulada. Ahora se puede empezar a valorar la relevancia de que el desarrollo de la persona ocurra en un ambiente sano, es decir, libre de violencia física (maltrato en la infancia, guerra, etc.) y/o psicológica (marginación, discriminación, etc.), además de adoptar hábitos alimenticios saludables y realizar actividad física. Más aún, cuando se empieza a conocer el neurodesarrollo de las RCFI, algunas de las cuales alcanzan su mayor conectividad hasta la adultez.
Por ejemplo, en infantes prematuros no hay evidencia que indique la actividad de la RD, revelando su presencia fragmentada solo hasta los 7-9 años de edad, lo cual es congruente con la limitada capacidad de introspección de los niños. De hecho, la conectividad dentro de la RD alcanza su plenitud hasta la adultez (18-30 años). El SN también está sujeto a maduración; a la edad de 2 años ya es detectable su funcionalidad, alcanzando su mayor conectividad hasta los 20 años. Una vez expuesto que el estrés crónico y la obesidad son factores de riesgo para la depresión mayor, como sociedad debemos actuar para no vernos rebasados por este panorama poco alentador.
*Profesor e investigador adscrito al Centro Universitario de Investigaciones Biomédicas de la Universidad de Colima.
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