Mié. Abr 30th, 2025

COLUMNA: Diario de educación

Por Redacción Mar24,2025

Relatos de “El náufrago”

Por Juan Carlos Yáñez Velazco

Cada una de las presentaciones de “El náufrago universitario” se aloja ya en el mejor cuarto de hotel de mi vida libresca. En cada una surgen estimulantes razones, pequeñas o mayores, todas entrañables, para el peregrinaje por los vericuetos de la pedagogía y los libros.

La primera exposición al público fue en mi alma mater, la Universidad de Colima, en la librería “Corazón en casa”, que me abrió, generosa, las puertas para empezar a compartir las decenas de páginas del libro. Fue una tarde especial, cálida en el ambiente y afectuosa en lo humano, con amigos queridos, compañeros de trabajo, dos excelentes comentaristas y la presencia de mi hijo, Juan Carlos, autor del dibujo de portada.

Firmar algunos libros, conversar con la gente, escucharla y refrendar afectos es una recompensa maravillosa por las horas incontables que pasé escribiendo y corrigiendo.

La segunda oportunidad ocurrió en la Universidad José Martí, primera en invitarme para presentarlo. Tarde de viernes en un espacio acogedor, inaugurado con nuestro evento. Auditorio repleto, chicos en bata (estudiantes de medicina y fisioterapia), maestros, pedagogos y autoridades, encabezadas por su rector, muy apreciado amigo personal. Dos horas de intensidad elevada a cuotas máximas, con la más copiosa cantidad de intervenciones. Las emociones me desbordaron, sobre todo cuando observaba las reacciones en la cara de Mariana Belén, mi hija sentada en primera fila.

¡Faltaba más! Firmar, estrechar la mano y escuchar en corto a unas 50 personas, constituyeron el final feliz. Salimos exultantes. Mariana me preguntaba, emocionada, ¿cómo te sientes? Y no paramos de hablar hasta llegar a casa. Desde aquí, tarde dominical, solo puede agradecer de nuevo a la comunidad de la UJM por la generosidad y el afecto de una tarde inolvidable.

La mañana del sábado 22 de marzo, ayer, fue la tercera presentación. 11 horas. Auditorio del Instituto Ateneo. El escenario es de nuevo especial, con un conjunto de estupendos amigos, una exalumna egresada 20 años atrás, otro puñado de alumnos con quienes conviví hace algunas unas semanas, colegas, estudiantes de licenciatura y posgrado.

Siempre deseo poco para no decepcionarme, quizá por ello, la vida en ocasiones me regala a manos llenas, como ayer. El auditorio escuchó paciente. Juan Carlos junior, mi escudero familiar otra vez, escuchó emocionado. La bienvenida del director general fue cálida, de amistades añejas. El comentario de Guillermo Rangel, colega y amigo, fue un extraordinario destello de sus mejores dotes: verbo ágil, memoria prodigiosa, conceptos claros, generosidad y simpatía. Luego los estudiantes de posgrado, maestros de oficio, en su turno dejaron vigorosos mensajes de aliento, motivación emocional y estímulo intelectual.

El periplo de “El náufrago…” me está prodigando razones nuevas, algunas inesperadas, para porfiar en el ejercicio docente, aunque ser maestro duela a veces, como afirmó con puntería fina la maestra Amelia el sábado en el Ateneo.

Ser docente es un privilegio, sin duda, aunque también nos exija, como recuerda Philippe Meirieu, que los educadores tenemos la obligación de resistir frente al embate de las adversidades, como los flagelos sociales, abundantes en nuestro paisaje, o el desatino y la estupidez.

Las opiniones expresadas en este texto periodístico de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a El Comentario.

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