Por Alicia García de Francisco
Este miércoles se cumplen 10 años del fallecimiento de uno de los escritores más grandes que ha dado la literatura, Gabriel García Márquez, creador de un género llamado “realismo mágico” que impregnó la obra de muchos escritores que le siguieron. Y dejó como legado ese Macondo poético que sigue hechizando a los lectores.
Porque en estos 10 años no ha decaído el interés por el escritor colombiano, del que hace poco más de un mes se publicó una novela inédita, En agosto nos vemos (Random House), en la que trabajó hasta que sus fuerzas se lo permitieron.
Tras Memorias de mis putas tristes en 2004, García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-Ciudad de México, 2014) estuvo casi 10 años trabajando en un libro que quería que se destruyera pero que sus hijos, Gonzalo y Rodrigo, decidieron publicar porque consideraron que si su padre lo hubiera querido destruir, lo habría hecho.
Es el cierre de la brillante carrera de uno de los autores más relevantes del Siglo XX, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982 y de cuya imaginación nacieron obras imprescindibles como Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba o Los funerales de la Mamá Grande.
Obras que se han seguido vendiendo a buen ritmo desde su fallecimiento, especialmente en las ediciones de bolsillo y en las ilustradas, como explican a EFE desde la editorial Random House, que tiene los derechos de los libros de Gabo en español para todo el mundo con la excepción de México y Centroamérica.
La poesía que rezuman sus obras sigue atrapando a los lectores. Porque García Márquez imprimió un estilo muy particular a todos sus trabajos, ya fueran como novelista, periodista o guionista de cine, algunas de las facetas de este colombiano que nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, y que pasó más de 50 años en México.
Aquel municipio del Caribe colombiano en el que nació le sirvió como inspiración para ese Macondo en el que se desarrollaron sus historias, que en gran parte procedían de su propia familia.
Hijo de Gabriel Eligio García, telegrafista y boticario, y de Luisa Santiaga Márquez Iguarñan, Gabo se inspiró en su historia de amor, a la que se oponía el padre de ella, para escribir El amor en los tiempos del cólera.
Los 9 hijos extramatrimoniales de su abuelo, la costumbre de su hermana Aida Rosa de comer tierra, la abuela que adivinaba el porvenir o los numerosos parientes de nombres iguales, fueron elementos que aparecieron de una u otra forma en sus novelas.
Escribió desde muy joven y su amor por la escritura le llevó a abandonar sus estudios de Derecho. Y con solo 21 años comenzó a colaborar en El Universal de Cartagena, mientras publicaba sus primeros cuentos.
Siguió con su trabajo de periodista en diversos medios cuando publicó sus 2 primeras novelas, La hojarasca (1955) y El coronel no tiene quien le escriba (1961), esta cuando ya se había instalado en México, que se convirtió en su segunda patria.
Fue entonces cuando se centró en la literatura y dedicó 2 años a escribir Cien años de soledad (1967), que le consagró inmediatamente como uno de los grandes autores del momento.
Y como precursor del “boom latinoamericano”, junto a autores como Carlos Fuentes, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, uno de sus grandes amigos en su época barcelonesa -de 1967 a 1973- y cuya relación terminó bruscamente en 1976 a causa de un puñetazo que le propinó el peruano y que, con teorías más o menos verosímiles, sigue siendo una incógnita.
Agitador cultural por convencimiento, García Márquez tenía alma de reportero, como demostró en sus muchos artículos o en esa joya llamada Noticia de un secuestro. Y su importancia quedó confirmada cuando en 1982 le concedieron el Premio Nobel de Literatura.
En su fallo, la Academia sueca señalaba que el Nobel recaía en García Márquez “por sus novelas y relatos cortos en los que lo fantástico y lo real se combinan en un universo ricamente compuesto de imaginación que refleja la vida y los conflictos del continente americano”.
Porque García Márquez volcó en sus libros muchas de sus inquietudes sociales y políticas, y su ideología de izquierda le provocó problemas y le llevó al exilio.
Premiado y galardonado en múltiples ocasiones, aseguró en 1994 no querer recibir el Premio Cervantes de Literatura. Ya había ganado el Nobel y quería dejar espacio a otros autores.
Lo que nunca rechazó fue la escritura. Porque, como dijo en sus memorias publicadas en 2002: “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
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